El muro del Efebo Rubio
WE’RE NOT ALL IN THE SAME BOAT
¿Cómo transformar una pintura romántica en un icono popular?
Cuando Géricault ideó La balsa de la Medusa (1818-19) su principal intención fue la de alcanzar la fama. Su plan consistiría en la producción de una obra cuya temática rozara lo prohibitivo; una pintura de la que emanase la polémica a borbotones para que el boca a boca batiera todos los récords de velocidad de transmisión. Es obvio que lo consiguió, pues aún hoy sigue siendo una de las estrellas del museo francés por antonomasia. Lo que jamás imaginó el nacido en Ruan es que, una reproducción en spray de su magno óleo, se convirtiera nuevamente en un llanto desgarrado contra el abuso de poder y la desigualdad casi dos siglos después de ser presentado el lienzo en el Salón Oficial de París de 1819.
Théodore Géricault (1791-1824), considerado tras su temprana muerte como uno de los impulsores del Romanticismo pictórico galo, quiso dejar constancia del naufragio de la engalanada Medusa, un suceso que la prensa de 1816 no pudo ahondar en profundidad a causa de la censura, ya que afectaba directamente a la integridad de la monarquía. Gracias a la documentación, y sobre todo al testimonio de dos supervivientes de la tragedia, el artista logró reconstruir el incidente para llevarlo al plano visual de las dos dimensiones.
Méduse era el nombre del elegante navío que transportaba al gobernador de la recién recuperada colonia senegalesa, esta devuelta por los ingleses a la corona borbónica tras un acuerdo de paz. Partió de Francia comandada por Hugues Duroy De Chaumereys, un aristócrata al parecer poco experimentado que había sido elegido a dedo para la protocolaria misión de llevar hasta el puerto de Saint-Louis, en el África occidental, tanto a la familia embajadora como al personal administrativo, así como a las filas militares que protegerían las fronteras. Curiosamente será Tenerife el último punto seco que vio el barco a flote, pues fue con las Islas Canarias a las espaldas cuando el nada mañoso capitán decidió apretar la marcha hasta salirse del rumbo y encallar en un banco de arena a unos 60 km de las costas de Mauritania.
Como sucedió con el Titanic, los botes salvavidas eran insuficientes para la totalidad del pasaje y la tripulación, teniendo los descartados (la mayoría soldados) que ingeniar sobre la marcha la construcción de una balsa que fuera arrastrada por las demás embarcaciones hacia la orilla más próxima. Las 147 personas que ocupaban las maltrechas tablas fueron traicionadas por De Chamereys, quien ordenó soltar las amarras por miedo a que su bote volcara.
Solo quince hombres soportaron el hambre, la sed y la locura, localizados por casualidad tras trece jornadas a la deriva, pues las autoridades jamás ordenaron un rescate a fin de que el funesto accidente provocado quedara oculto en la sombra.
Géricault tiró de la manta, quedando el pueblo horrorizado ante tal soberana crueldad −y nunca mejor dicho lo de soberana−. Aquella composición piramidal de colosales proporciones fue rápidamente interpretada como una crítica al desprecio de las clases pudientes hacia el desfavorecido, y con este mismo sentido fue magistralmente utilizada por Banksy (Bristol, 1974) en noviembre del pasado 2015 cuando, en la ciudad de Calais (donde actualmente se erige un campamento de refugiados víctimas del radicalismo religioso), el maestro del graffiti llevó a cabo una serie de intervenciones, entre ellas, una réplica de La Balsa de la Medusa a partir de plantillas y aerosoles, viéndose modificado solo uno de los elementos que posee el cuadro original: el tipo de nao que a lo lejos desaparece, esfumándose con esta cualquier esperanza de ser los protagonistas asistidos. Banksy transforma el prácticamente inidentificable velero de Géricault en un moderno yate (helipuerto incluido) que cruza de eslora ante la mirada impávida de los damnificados por el naufragio. Con este simple gesto ya no hace falta rememorar la historia del navío francés para dar sentido a la escena plasmada por el británico, aunque igualmente, esta se vale del lugar en el que ha sido realizada, además del contexto político-social del presente, los cuales actúan como un descodificador del evidente mensaje.
Por si había dudas de este último, la fotografía que en la propia web de Banksy muestra el trabajo emprendido en Calais –concretamente la que capta esa versión contemporánea de la obra de Géricault− se acompaña de un rótulo bastante esclarecedor: We’re not all in the same boat.
Mentes privilegiadas son, las que con su arte consiguen despertar consciencias.
¡Buenas noches!.Me gustaría dar un enorme aprobado por valiosa información que tenemos aquí en este blog . Voy a volver muy pronto a leeros con esta web.