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Aunque todo el mundo habla de optimización telemática a la hora de hablar de videojuegos, no es común mantener una conversación sobre cómo la “industria del videojuego” ha evolucionado con la sociedad a lo largo de los últimos años. Quizás porque el mundo virtual no deja de ser más que una supuesta empresa que alimenta la necesidad ociosa de cierto sector, o porque nadie sabe qué se cuece en esas mesas redondas donde se deciden los aspectos principales a la hora de confeccionar una nueva dimensión a la que acceder con un mando o un teclado.

Un buen lanzamiento, ¿no es acaso un reflejo de una utopía cercada y sin límites marcados donde poder saciar los deseos que el avance social puede llegar a reprimirnos?

Una forma de analizar históricamente dichos lanzamientos podría comenzar dividiéndolos en una época de desarrollo, una transición, y una época del perfeccionamiento en la “jugabilidad”. Pacman, The Legend of Zelda, o Donkey Kong son algunos de los ejemplos que muestran un videojuego como una línea con un sentido y orientación, pero con un principio y un fin. No fueron entonces difíciles los comienzos de una saga, de un marco de píxeles, ni de una firma electrónica. ¿Tendría éxito hoy un día un fontanero saltando y recogiendo setas, o se queda corto para la demanda actual?

Sexualidad no bien definida, heroínas, trastornos en la personalidad, replanteamientos sobre el bien y el mal, o lucha de clases fueron aspectos que gobernaron el trasfondo de un mundo donde nuestro “héroe” sigue saltando y salvando princesas. Resulta curioso encontrar confrontación de valores en los videojuegos desarrollados en una época de cambio social, más aun cuando el principal consumidor no deja de ser un objetor joven que lucha contra la alienación, y preocupado indirectamente por el futuro que le tocará vivir. El paso a PlayStation de Final Fantasy, Resident Evil, Tomb Raider… ¿nadie nota la diferencia?

Pero lo complicado de estudiar viene ahora, el presente. Tú y yo, como jugadores habituales de videojuegos, buscamos algo más. Buscamos que un juego nos remueva por dentro, nos entristezca, nos confunda, y nos excite (eh! Ojo, sin erotismos). Hoy en día lo que se lleva es el coleccionismo y la acumulación de logros, como una barra de cargado que esperamos que llegue al 100% cuanto antes. Y si estamos entre los primeros en conseguirlo, mejor.

La sociedad actual no deja de recordarnos que el siglo XXI no posee limitaciones. Puedes ser quien quieras y llegar hasta donde alcance tu ambición. ¿Nos tranquiliza pensar así, o nos sentimos atrapados en objetivos inalcanzables?

Donde un videojuego no resultaba más que una forma de ocio divertida que requería concentración y habilidad, hoy en día puede cambiarte la vida. ¿Cómo cambia nuestro estado de ánimo tras dos horas consecutivas jugando a un juego actual? Los sentimientos se disparan.

¿Influye igual en nosotros un juego de origen japonés a uno de origen americano? ¿Reflejan los mismos valores sociales? ¿El sector de la población al que va dirigido determina las inquietudes que planteará en nosotros mismos?

Si algún día salís de un videojuego eufóricos no os preocupéis, sólo habéis tomado un poco del biberón perfectamente diseñado para ello. Una máquina benigna que puede ser usada a nuestro favor y convertirnos en ese héroe del siglo XXI que cada uno, a su modo, desea ser.

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