El rincón del historiador del arte: El fantástico reino de Mister Anderson
“Tengo una forma [determinada] de rodar las cosas, representarlas y diseñar sets. Hubo momentos en los que pensé en cambiar mi enfoque, pero de hecho, esto es lo que me gusta. Esto es como si fuese mi caligrafía como director y en algún momento creo que tomé la decisión: escribiré con mi propia letra”.
Wes Anderson
“Obra maestra”, “Clásico moderno”, “Auténtica maravilla”. Son algunos de los muchos halagos que recibe Wes Anderson por su cine tan personal, original y meticuloso. A pesar de tener que competir con películas que se centran más en los efectos especiales que en su contenido o con reboots de clásicos innecesarios, su películas siempre logran destacar gracias al cariño, estilo y al puro amor al arte que le dedica a sus films, llegando a ser nominado en varias ocasiones a los premios de la Academia, tanto por guión (The Royal Tenenbaums) como por mejor película animada (Fantastic Mr. Fox) y también como mejor director por su último trabajo en The Grand Budapest Hotel.
Nacido y criado en Houston, su pasión por las películas le viene desde pequeño, grabando cortos mudos con una cámara Super8. El haber trabajado en un cine durante sus años universitarios y haber estudiado filosofía, confiere a sus films una sensibilidad y profundidad que no son comunes en el panorama mainstream del cine actual, además de tener un estilo y una paleta de colores fácilmente reconocibles. A pesar de tener solo ocho largometrajes y tres cortos, Anderson ha logrado abrirse paso en el mundillo hollywoodiense, llegando a trabajar con grandes actores como Bill Murray (que aparece en casi todas sus películas menos en Bottle Rocket), Adrien Brody o Gwyneth Paltrow; pero su gran colaborador ha sido el cómico Owen Wilson, con quien ha escrito la mayoría de sus guiones. Familias desequilibradas, amores prohibidos, robos a gran escala o venganza son los temas que Anderson toca en todos sus películas. Mi favorita, The Royal Tenenbaums, engloba completamente la esencia de Wes Anderson. Un hombre obsesionado por la simetría y la perspectiva central -si no en todos- en la mayoría de sus planos (claramente inspirado por el cine de Stanley Kubrick), movimientos de cámara panorámicos, tanto horizontales como verticales y su exquisito uso de la música de las décadas de los 60 y 70. Estas técnicas, a pesar de no ser únicas del cine de Anderson, son características muy suyas, y con el paso de los años más directores y películas intentan imitar este impecable estilo, como es el caso de Me and Earl and the Dying Girl (2015) o Little Miss Sunshine (2006).
Así sea porque te identifiques con el bicho raro que se enamora de su profesora, porque en algún momento quisiste escaparte con tu primer amor y vivir con él en una playa desierta, o sencillamente te sentiste tan cansado de tu familia que desearías haberte ido en un barco por los mares del mundo; los universos explorados, descritos, pintados y presentados por Anderson son espejos cuasi perfectos en los que tú, yo y los demás espectadores nos miramos con la idea de encontrar curiosidad en lo cotidiano, de explorar nuestros sentimientos y emociones por medio del color, de viajar a antaño por medio de acordes y melodías. Son instantes cinematográficos en los que la armonía visual y su meticulosidad te llevan de la mano y te transportan a una nueva dimensión artística. Anderson, visionario del séptimo arte, piedra angular del cine venidero.