El muro del Efebo Rubio: Tengo un mono que te cagas
El fenómeno Art Toys como justificante para conseguir la dosis
Los 80 daban sus últimos coletazos cuando el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife comenzó a despuntar como fiesta de interés turístico internacional. El final de esa década supuso un punto de inflexión en el modo en que las autoridades locales trataron el asunto, ya que vieron en este baile callejero de disfraces una oportunidad única de promocionar la isla a escala global.
La anterior sede de galas y concursos, la hoy decadente Plaza de Toros, quedó relegada por la mítica Plaza de España, lugar en el que se levantaron los primeros escenarios de presupuesto estratosférico. También es en estas fechas cuando se empieza a tematizar el carnaval, poniendo el ojo en grandes civilizaciones como la egipcia para sacar el máximo partido visual a las mega construcciones de cartón piedra que decoraban la explanada matriz. Para 1988 se pensó en la selva cual pauta inspiratoria a seguir, por lo que la gigantesca tarima de la Plaza de España se decoró con reproducciones de plantas, animales y árboles como la palmera. Por ese entonces, e igual que se hace en la actualidad, se jugaba con un pórtico central de donde surgían, por ejemplo, las emplumadas candidatas a Reina del Carnaval, y sobre este, se colocaba un elemento principal representativo de la temática escogida que hacía las veces de eje dinamizador. Un destacable gorila de 7,20 m. de altura hecho en resina y fibra de vidrio, con los brazos en posición de ataque y luces de rayo láser en los ojos, se alzó como protagonista indiscutible del montaje teatral instalado esa misma añada. Fue encargado por el Ayuntamiento chicharrero al maestro fallero Vicente Luna Cerveró (Valencia, 1925), profesional que procuró el diseño y la fabricación del primate para luego ser trasladado a la capital tinerfeña.
Una vez concluida la festividad en honor a Don Carnal, se decidió conservar para su reciclaje algunos de los elementos que conformaban aquel salvaje tablado, como así se hizo con las columnas que en 1987 simularon la Roma Imperial, convertidas un año después en troncos de palma. Mejor suerte corrió el gorila, quien se mantuvo de una sola pieza para ser reubicado en una de las esquinas del Parque La Granja, concretamente en la formada por el cruce entre las avenidas de Bélgica y Madrid, justo enfrente del edificio residencial conocido como “Los pitufos”. Elevado en un podio, allí permaneció durante bastante tiempo, lo suficiente como para que la estampa de aquel simio que asomaba entre la maleza quedara marcada a fuego en mi pueril memoria, hasta que un día desapareció sin dejar rastro, y no sabéis cuánto lo lamenté.
Aprovechando el movimiento Art Toys (juguetes de diseñador), fenómeno encabezado mundialmente por KAWS, la recuperación del intimidante gorila a partir de su réplica es más que sustancial. En beneficio del arte del espacio público de la ciudad, este nuevo King Kong se convertiría en una seña de identidad carnavalera, además de funcionar como reclamo del próximo museo que se pretende erigir en el Barranco de Santos en honor a dichas fiestas. Su colocación en el mismo córner tendría un valor simbólico añadido, ya que este personaje cinematográfico se encontraría a pocos metros de los antiguos multicines Óscar (hoy clausurados), y por qué no, reactivar la desangelada zona con la aneja Casa de la Cultura como cómplice.
Quizá esto último ya es pedir demasiado, a no ser que el pueblo abandone esa extraña manía de pasar la jornada completa dentro de un centro comercial, tanto para hacer la compra, tomarse un café o ver una película de estreno, perdiéndose este los constantes cambios y sorpresas que aguarda el casco urbano.
Son las 21 horas y en la calle no se escucha ni el pito del sereno. Buenas noches Santa Cruz Umbrella Corporation.