Ojalá esto sea un adiós

Hace tres años ya que hice la PAU cuando terminé segundo de bachillerato, y parece que fue hace nada. Esto puede ser porque este año la he repetido, y esta vez puede que por última vez. La muy temida Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) pasará a mejor vida, siendo sustituida por la, esta sí que temida, Reválida. Este palabro significa que después de 2º de Bachillerato los alumnos harán un examen tipo test que constará de 350 preguntas, 200 troncales, 100 de las asignaturas opcionales y 50 de una materia a elegir por el alumno.

Esta invención fruto de un grupo que controló la Cámara de la Soberanía Nacional con su propia soberanía en solitario, ahora pende de un hilo. Con el panorama que tenemos parece que ni si quiera se llegará a poner en vigor, aunque ya Comunidades Autónomas han planeado algunos aspectos de la misma. “Mi gozo en un pozo”, pensarán.

Esto me recuerda a que yo quise pintar las paredes de mi cuarto de rosa chicle, y al final lo hice. Mis padres se opusieron, pero lo llevé a término, siendo yo mismo el que pintó. ¿Y se hubiera pintado las paredes del salón en vez de las de mi cuarto?

Si hubiera hecho eso, aparte de cabrearse (y bastante), en cuanto tuviesen oportunidad la dejarían como estaba. Y yo, por la rabia propia de la adolescencia y de que te lleven la contraria, la volvería a pintar. ¿Por qué no llegamos a un acuerdo mis padres y yo para no estar todo el año con el salón hecho un cuadro? “A ti te gusta el rosa, y a nosotros el blanco. ¿No te gusta también el vainilla? ¿Sí? Pues perfecto, mañana pintamos los tres el salón.”

No ha sido tan difícil. Aunque claro…

Llega mi abuela y les dice a mis padres que por qué se va a tener que pintar el salón de un color que le guste al niño, que los papás hagan lo que quieran. Y llegan mis amigos y me dicen que mis padres no me quieren porque no hacen caso de lo que digo. Las presiones externas y el no quedar mal con la gente que te apoya te lleva en ocasiones a desafiar cosas que no tendrían por qué ser desafiadas.

Al final lo mejor, el sentarse a hablar, queda visto como una falta de arrojo para hacer las cosas por cuenta propia y como una bajada de bandera a ver a cuantos votos en negativo llega a costar la carrera las próximas elecciones. ¿Por qué tenemos cada cuatro u ocho años que cambiar nuestro sistema educativo? Llevan “arreglándolo” años y años de reformas, y no han dado con la clave para acabar con el fracaso escolar.

Algo estarán haciendo mal, digo yo.

Lo único que espero es que la nueva ley educativa sea consensuada, hablada y aprobada por el cuarteto político y la mayoría del sector docente de este país. Sólo así este será un adiós. Adiós al reformismo, al parchear el futuro, a jugar con él y a estos escritos.

Adiós.

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