El legado de Ana Frank
La primer vez que abrimos un libro (específicamente un libro sin ilustraciones, con más de 100 página las cuales no están hechas de cartón forrado de vinilo) suele ser importante para algunos e intrascendente para otros, pero a pesar de esta primera impresión, se nos presenta una nueva manera de apreciar el mundo. Encontramos, directa o indirectamente, pequeños portales de imaginación y narrativa que nos permiten experimentar realidades distintas, abriendo nuestras mentes a experiencias que estimulan nuestras sensibilidades y amplían nuestras perspectivas del mundo que nos rodea.
Leer un libro puede ser una experiencia tanto tediosa como profundamente entretenida y espiritual, todo esto dependiendo de la persona que se aventure a las profundidades imaginarias del milagro de la historia escrita y todos sus formatos.
Para mí, en la tumultuosa época de mi adolescencia temprana, uno de los primeros libros que me permitió este tipo de experiencias fue el universalmente reconocido Diario de Ana Frank, la conmovedora historia de una refugiada judía en medio de la Segunda Guerra Mundial. Su diario relataba una realidad completamente ajena a mi limitada experiencia pueril. Su perspectiva, a veces dulce, a veces aterrada y otras veces cruda, abrió mis ojos a contextos históricos que marcaron de forma indeleble mi joven psique.
En la actualidad, según estipulan las leyes internacionales de derechos de autor, el diario de Ana Frank debería haber entrado en el dominio público para su libre distribución desde el primero de enero del 2016, todo esto es debido a que los derechos de dicha obra expirarían al cumplirse 70 años de la muerte del autor.
Como siempre, en casos de autorías y derechos de distribución, ha surgido un problema a la hora de liberar por completo el material literario de la joven autora. La Fundación Ana Frank, fundada por Otto Frank en el año 1963, argumenta que el libro (en concreto la primera edición) fue editado por el padre de la autora y adornado con un prólogo original escrito por el mismo, por lo que la obra debería estar cubierta desde el fallecimiento de Otto Frank, el cual falleció aproximadamente unos treinta años después de su hija.
Hasta el día de hoy y desde el enero de este año, la obra completa en su holandés original fue subida a la red por el académico de la Universidad de Nantes, Olivier Ertzscheid y la parlamentaria francesa Isabelle Attard y están ahí para su uso y distribución pública.
Los argumentos que presentan los abogados de la fundación Ana Frank plantean que cualquier alteración editorial presente en la obra, ya sean aquellas realizadas por el padre de la autora como cualquier otra modificación realizada posteriormente por otros editores, califican para alargar la protección del copyright muchos años más.
En caso de que este planteamiento tenga éxito en las cortes holandesas se puede marcar un precedente mediante el cual los editores de las compañías distribuidoras podrán alargar el plazo de derechos de autor más allá de la muerte de los autores originales.
Podría continuar enumerando los distintos ángulos argumentales que surgen en medio de este debate, tanto aquellos que abogan por la protección de una obra universalmente trascendental como lo es el diario en cuestión, como aquellos que plantean la liberación de la propiedad intelectual en pos de hacer muchísimo más asequible a nivel mundial una obra que todavía resuena en los albores de la historia; pero no lo haré.
Lo que haré será decir, desde la nostalgia más profunda de un humilde lector, que le debemos a la historia, a nuestros futuros hijos y al resto del mundo, la posibilidad de disfrutar esta joya de la literatura con total libertad, para que tal vez, gracias a las palabras atemporales de una joven soñadora, se puedan abrir más y más portales a la imaginación de la humanidad.