Lo extraño de la nostalgia

Netflix se ha convertido en estos últimos años en un gigante del entretenimiento en la pantalla chica, sus producciones originales cubren una plétora de temáticas, desde los conflictos internos de los vigilantes nocturnos de Marvel hasta los dramas políticos y las conspiraciones de House of Cards.

Pero una de las series que más me ha sorprendido recientemente es la creada por Matt y Ross Duffer llamada Stranger Things, una increíble experiencia cargada de homenajes a clásicos del cine popular envuelta en tan solo 8 episodios de 45 a 47 minutos.

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Ilustración de LulaBox

Pero lo fascinante de esta serie para mí, a parte de la calidad de la filmación, los diálogos cargados de emoción y las actuaciones en punto de un elenco infantil muy talentoso y una Wynona Ryder que sobresale como una cougar con voluntad de hierro, es el uso magistral de la nostalgia como lienzo para la creación de una narrativa estimulante y fresca.

Al vivir en esta era postmoderna, estamos más que acostumbrados a la explotación de la nostalgia por parte de los grandes estudios en pos de beneficios, nacidos de la extorsión emocional a la que las generaciones que accidentadamente han llegado a la madurez económica se ven expuestas cada vez más.

Los panteones de las grandes franquicias son saqueados constantemente por los conglomerados titánicos del entretenimiento, que usan los cadáveres aun frescos de estas ips legendarias como combustible, tal como lo hicieron las potencias europeas en las primeras excavaciones egipcias al utilizar cientos de momias como carbón para los ferrocarriles.

Pero en Stranger Things podemos ver cómo un par de autores con una visión creativa madura y legítima crean un universo que hace eco a múltiples épocas importantes del cine y la literatura sin necesidad de alterar esas narrativas clásicas.

En el personaje de Eleven AKA Elle vemos un claro homenaje a E.T, la criatura con un elemento antropomórfico pero ultimadamente alien que se relaciona de manera familiar con los jóvenes y brillantes protagonistas, en las escenas centradas en la relación entre los personajes interpretados por Natalia Diyer, Charlie Heaton y Joe Keery podemos ver un West Side Story  y un Rebel without a cause estallando en una violenta escena de pasión y confusión.

No creo que sea necesario mencionar la influencia de los Escritores de Maine, de los que Stephen King forma parte, en la narrativa de la historia.

Vemos desde los primeros capítulos la introducción de una de esas agencias gubernamentales al estilo más Ultra posible luchar con una sombra oscura parecida a la clásica figura del alienígena alto y delgado, la connotación de la electricidad con la energía psíquica y los diferentes planos de existencia que son representados en la serie son claros ejemplos de que el horror suburbano de esos grandes maestros impregnó las mentes de Matt y Ross Duffer y los inspiró para crear una historia interesante y hermosa de aventura, redención, misterio y amor familiar y romántico.

A parte de alabar esta serie y a sus creadores, quiero hacer énfasis en cómo la nostalgia es utilizada magistralmente por este grupo de artistas y creativos, creando un collage intrincado y trepidante con las piezas que otros directores y escritores increíblemente famosos utilizaron para construir sus mundos, haciéndolos partes del inmortal olimpo del imaginario cultural humano.

La nostalgia es algo extraño y a veces es muy mal ultilizada, pero con Stranger Things, es algo que impregna la mente de los espectadores con deleite, dejando a flor de piel los recuerdos que tanto añoran aquellos que tuvieron la suerte de experimentar la magia de otras épocas del entretenimiento, y a su vez permite el nacimiento de obras que, como buenas predecesoras, hacen honor no solo a las creaciones que les permitieron nacer si no a aquellas que habrán de precederlas.

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