Funámbulos de la palabra; el mito del escritor
“Los escritores vivís de lujo, tío…” Tal aseveración consigue cimbrear mis instintos más básicos, y es normal; hoy he dormido tres horas y apenas he podido saborear un menú de comedor. Aquí sigo, tecleando para “vivir de lujo, tío…”.
La figura del escritor parece haberse construido apoyándose más en la epopeya que en la realidad, que es, aunque me cueste admitirlo, mucho más mundana. En la tragicómica escena hollywoodiense es siempre un deber y obligación dar un carácter grandilocuente a cualquier oficio que pueda integrar sexo, droga o desenfreno en la misma ecuación, y al parecer ni siquiera el oficio más antiguo, el de contar mentiras, se salva de esta doctrina ya quasi-matemática; es una pena, desperdician un material exquisito.
La gran estafa del escritor genio nos persigue y atenaza de tal forma que ya se nos hace imposible escapar del cliché. Por esto, y por otros mil motivos que tienen más que ver con la bilis que con las teclas, me he propuesto desmontar, en este número tan especial, las grandes leyendas del oficio, y, ya de paso, pedir a los Reyes Magos algo de consciencia por parte del gran público.
Una de las preguntas recurrentes a las que tengo que enfrentarme en mi día a día es “¿Y por qué estudias Escritura Creativa? ¿Con ponerte a escribir no vale?”. Es impresionante la cantidad de ignorancia (que se presenta sin ninguna malicia, he de matizar) que puede esconderse tras dos signos de interrogación. Damos por sentado que el artista debe estudiar arte para formarse, damos por sentado que el músico debe estudiar música para formarse; pero no, el escritor se forma de manera espontánea, se le presenta el espíritu santo, posa su culo de paloma en su presbicia y le dice: “Hala, ya eres escritor, a publicar”. El escritor, como artificiero, es primeramente un estudioso. No ha habido en la historia de la literatura un solo autor sin cierto bagaje, ya fuera por su formación o por su afición. Esto es algo que en la actualidad, gracias a las facilidades (comparativas) que se dan para el estudio, es incluso más acusado; hoy por hoy, por poner un ejemplo, los dramaturgos de mayor éxito son, como mínimo, licenciados, y han estudiado el arte de la representación en casi todos sus aspectos. En la literatura no existe el genio de la opera prima; el autor puede triunfar con su primera publicación, pero su primera publicación nunca es su primer trabajo.
Llevo ya un buen rato atosigando con la idea de que la escritura, para bien o para mal, es un OFICIO; con mayúsculas, que se lea. La imagen que prolifera en obras audiovisuales como la serie Californication (que recomiendo encarecidamente a todo aquel que quiera empezar a escribir) es la del escritor espontáneo; un tipo con enorme talento se sienta delante de su ordenador y, tras un fundido a negro, tiene escrita su novela (porque, por supuesto, todos son novelistas o guionistas). Nada más lejos de la realidad; advierto, el fundido lo utilizan para no mostrar la cantidad de días que concurren antes de comenzar a pixelar una sola palabra. La creación literaria necesita trabajo; precisa de documentación, exploración y ejercicio. El escritor profesional promedio ha estudiado durante 6 años (poniendo como ejemplo el proceso común de educación superior), y pasará el resto de sus días tecleando día y noche; y es que el escritor también es, en la mayor parte de los casos, un autónomo, tan sacrificado como tú, lector freelance, y con las mismas inquietudes e impuestos.
No nos equivoquemos, el escritor no es solo un currante por la cantidad de trabajo que tiene; lo es porque, en efecto, existen trabajos que pueden llevar a cabo. El mito del borracho funcional que escribe una novela cada tres años y vive de las rentas es tan creíble como ese otro del autónomo rico. El escritor es editor, creador de contenidos, guionista, dramaturgo, corrector, blogger, periodista, poeta y hasta publicista; todo a la vez.
En definitiva; deberíamos dejar de imaginarnos el espacioso chalet con piscina y cambiar esa imagen idílica por algo más del vecino del quinto. El escritor es un funámbulo de la palabra, vive en la cuerda floja y tiene que equilibrarse en su trabajo, tal y como hace todo el mundo; es un tipo normal, que vive en una chabola en las alturas, justo al lado de la tuya, con ilusiones, ambición y deudas al final de mes.