Nieve incorrupta en Tenerife

Queda levantado el veto al artista Dokoupil como persona non grata en el archipiélago. Rafael Amargo continúa en la lista.

¡A Belén pastores! Ya está aquí la temporada más querida y odiada a partes iguales por la población occidental. Comidas copiosas, tertulias familiares, compras compulsivas y frío invernal. Cómo nos gusta el consumismo, qué placer sin remordimientos, pues la Navidad lo justifica todo. Es el momento de ver en la televisión películas fundamentadas en dichos festejos religiosos, aunque ese carácter divino brilla por su ausencia en la trama de los citados largometrajes, ya que este queda reservado para la Semana Santa. Por el contrario, los guiones se basan en el amor que de pronto brota, como por arte de magia en estas fechas, desde el corazón de los protagonistas, dando la oportunidad de reconciliación a cualquier desavenimiento entre semejantes. La escena final estará reforzada por la repentina acción de la naturaleza, quien dejan caer los románticos y fraternales copos de nieve sobre los cabellos y abrigos de aquéllos que se funden en el abrazo previo al “The End”.

Los canarios tenemos muy poca idea del asunto climatológico más representativo de las fiestas navideñas, teniendo que acudir a los sprays comprados en los chinos para decorar los ventanales con esa especie de espuma blanca pegajosa. Adoramos las nevadas porque no son un accidente natural frecuente, pues solo aparecen tímidamente en los diciembres más gélidos, además de concentrarse en determinados puntos de mucha elevación.

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Jiří Georg Dokoupil, muñeco de nieve. Avenida Los Majuelos, Santa Cruz de Tenerife.

Supongo que sobre esto habrá reflexionado Jiří Georg Dokoupil (Krnov, 1954) a la hora de instalar su muñeco de nieve en la rotonda más polémica de la capital chicharrera hace ya muchos años, comiéndose el tarro para que los vecinos quedaran satisfechos con una obra dedicada a eso que, con su llegada, provoca atascos kilométricos en el área circunscrita al Parque Nacional de las Cañadas del Teide. Si los ciudadanos se vuelcan tanto con este acontecimiento, esporádico donde los haya, ¿cómo no iban a quedar encantados con un Olaf tamaño XXL presidiendo la avenida principal del barrio?

Gran chasco. Nada más colocarse la escultura, los moradores del Sobradillo pusieron el grito en el cielo. El motivo: un muñeco de nieve no tiene ningún sentido en una zona geográfica tan calurosa, además, es horroroso. El colectivo pidió la cabeza del entonces alcalde, Miguel Zerolo, por haber gastado dinero público en aquella monstruosidad y ser destinada a la supuesta riqueza cultural de su periférico distrito. ¡Llévate esta mierda de aquí y póntela en el salón de tu casa, señor Zerolo!, pensaría más de uno.

Pronto comenzaron a aparecer graffitis protesta en su deforme faldón, y su limpieza y mantenimiento se convertirían en una pelota de tenis continuamente apaleada entre dos equipos para deshacerse de esta y lograr el único fin de no ocuparse de las tareas.

Personalmente, la primera vez que contemplé el susodicho muñeco, siendo todavía un joven que acababa de superar la pubertad, sí que me pareció un agente invasor, aunque lo encontraba bastante adorable por el simple hecho de hacerme reír. Pensé que el muñeco había sido diseñado por algún niño del lugar como premio tras haber alcanzado la victoria en un concurso de dibujo infantil. Obviamente me equivocaba, pero parece ser que no iba mal encaminado.

Dokoupil, su autor, de origen checo pero instruido en las artes en Alemania, destacó internacionalmente allá por los 80 debido a su constante variación de estilos y métodos, no buscando los adecuados para su producción, sino para huir del encasillamiento. Interesado en la abstracción y el neoexpresionismo, Dokoupil prefirió volcar en su particular muñeco de nieve otras tantas estéticas que también interpretó. Por un lado aparece lo naif, como si un infante se hubiera encargado de su construcción, de formas y volúmenes imperfectos, y detalles inocentes como un caldero por sombrero. Por otra parte, el artífice acude al Pop más descarnado e irreverente que tanto furor causó en aquella década, donde Jeff Koons se llevó la palma y que, aún hoy en día, se sigue empleando para elaborar piezas artísticas de deleite social a partir de objetos reconocibles.

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Jiří Georg Dokoupil, Cristo de La Laguna, 1996. Acrílico sobre lienzo, 58 x 49 cm. Galería Artizar. Fuente: www.artizar.es

El tiempo ha pasado desde su instalación en la Avenida de los Majuelos, y los lugareños han sabido apreciar su valor. Lo que antaño supuso un descontento descomunal, en la actualidad se ha transformado en orgullo. Orgullo de poseer en sus calles, no solo un referente para la orientación y la puesta en el mapa de la vecindad, sino por la posibilidad de obtener una sonrisa simplemente asomándose al balcón de sus hogares, y tras esta, recordar la época del año más entrañable; esa que permite la reunión con una hermana que reside fuera de la isla, o la culpable de que tus mejores amigos regresen de sus países de acogida para juntos beberos la vida, aunque sea por un par de noches.

Por una nieve y una felicidad incorrupta: “Let it Snow, Let it Snow, Let it Snow”.

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1 respuesta

  1. EvdF dice:

    Qué buen artículo!!!

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