Souvenirs, descubrimientos e indicaciones artificiales
Y llegó Dora García a la isla de la mano de Roc Laseca y sus siempre jugosos Encuentros Denkbilder. Y nos habló de la desmaterialización del arte mientras paseaba por sus calles (mientras yo mismo me desmaterializaba del taller al que previamente me había apuntado por obediencia a lo más básico de la vida: el descanso y la imposibilidad de estar en dos lugares al mismo tiempo). Y nos leímos las luminosas respuestas de Lucy R. Lippard a las preguntas de Nina Möntmann. Y el barroco, aséptico y burocrático ladrillo de Óscar Masotta, también sobre la desmaterialización de la obra de arte. Y Dora conversó con algunos seres vivos en Tenerife mientras otros seres vivos ponían patas arriba la Bienal de Venecia con el Fausto de Anne Imhof que “con sólo 39 años se ha consolidado como la nueva estrella de la performance contemporánea alemana” (www.culto.latercera.com). Juventud divino tesoro.
Mi querida Laura Mesa y yo frente a un té verde comentábamos las jugadas (la de Dora y la de la Bienal de Venecia) y nos preguntamos en qué sentido el arte contemporáneo se desmaterializa cuando quizás la mayor exposición internacional de artistas se sobretitula Viva Arte Viva; cuando los (trans)pabellones se ven atravesados por cuerpos que performan, que encarnan y que obran las preguntas que sobrevuelan los discursos del arte contemporáneo. Entendemos que las economías especulativas y de la información, de manera isomórfica, afectan al arte y que éste asimila y reproduce lo vacío y lo hipotético sobre lo que se construyen nuestras vidas. Atendemos paralelamente a que el cuerpo (los cuerpos) cada vez más se revela como espacio matérico, como signo y como gran esperanza para los contenedores tradicionales del arte contemporáneo. Que aquellas prácticas que son danza y performance (reconozco mi predilección por la primera cláusula) están siendo continuamente descubiertas por el museo de la misma manera que Colón “descubrió” América. Lo cierto es que la danza y las prácticas contemporáneas de cuerpo y movimiento, en el contexto museístico, adquieren una significación diferente: por un lado, el museo redefine y redimensiona el trabajo del artista del movimiento y de las artes vivas. Reconoce y legitima esas prácticas por la legitimación de los otros artistas, como comentaba Dora García: artistas, públicos, comisarios que reconocen las señales, que conocen el alfabeto y sus características repertoriales.
Todo esto, claro está, nos lleva a otras preguntas: ¿en qué grado el cuerpo museizado no será también un cuerpo altamente domesticado (como ya lo es en el teatro)? ¿El cuerpo vivo en el museo es anecdótico, es souvenir, es un error, es una oportunidad de algo? ¿Sueñan los artistas con museos sin clavos y con linóleos? ¿Qué es entonces un teatro? ¿Para qué o a quién puñetas sirve ese edificio en 2017?
Encuentro algunas claves en esas palabras de Lippard acerca de la necesidad de trabajar en la dirección de reconocer energías sociales aun no reconocidas como arte. Claves que despiertan en mí la necesidad también de repensar los edificios de estas artes y de qué mimbres estarán construidas las estructuras que podrán acoger en el futuro a los cuerpos políticos y resistentes que re-nombren la danza y el teatro.
Mientras tanto, Carmelo Fernández nos regaló sin medianías una poética de respuestas entre los incrédulos y agradecidos volúmenes de la Sala Insular de Teatro (SIT) de Las Palmas, renombrando sus muros, resignificando su propósito, alterando con un dedo el tiempo y el espacio con sus Indicaciones artificiales. Algo sobre lo que Adán Hernández ha escrito tan, tan, tan bonito para Teatron que (ahora sí, me delato) todo este FUEGO PRENDIDO FUEGO no es sino un pre-texto para invitarles a leer algo verdaderamente urgente.