Érase una vez el Nolanismo
Christopher Nolan, uno de los directores actuales que a más fanáticos mueve. Admiradores/as que esperan cada una de sus películas con el auténtico fervor con que el seguidor de una banda espera su nuevo disco, o un religioso espera que llegue el próximo domingo. En Hollywood ya está instaurado el nolanismo desde hace tiempo, y parece que vaya a quedarse. Dunkerque, su último largometraje, es la excusa perfecta para analizar este fenómeno.
Reconozco el interés que en el pasado he sentido por cada estreno de este realizador. Actualmente sigo disfrutando de sus películas, pero no puedo evitar fijarme en lo que, yo considero, sus aspectos menos interesantes. Aquí me dispongo a desgranar, de un modo simplificado, los aspectos esenciales del estilo nolaniano, centrándome especialmente en su última creación.
¿Es Nolan un cineasta eminentemente visual?
Uno de los aspectos que el mismo director ha destacado en más de una ocasión, es que su estilo fílmico se vale más de la imagen que de la palabra. En este punto estoy de acuerdo, siempre y cuando aclare que interpreto yo de esa afirmación. Si por visual entendemos un uso de la imagen como lenguaje en sí mismo, de tal manera que haga innecesaria cualquier explicación dialógica de lo que está sucediendo en pantalla, no creo que Nolan sea de esta clase de cineasta. Pero si por eminentemente visual entendemos un gusto por el cine espectáculo, donde destacan los planos correctamente compuestos, bellos por sí mismos y sin mayor carga narrativa que la puramente emocional, si que estoy de acuerdo en aplicarle esa etiqueta.
No niego su maestría técnica ni su conocimiento de la composición escénica, pero tengo que confesar que el uso que suele hacer de sus bellas secuencias no me parece que tengan un objetivo mayor que el de proporcionar al público un elemento de distracción y descanso de los enrevesados mecanismos narrativos que suele exponer en sus películas. Y no me parece este un mal uso de la imagen, es cuestión de gusto, pero me hace echar de menos esos planos que son buenos no sólo por lo evidente.
Personajes con hilos, personajes sin hilos
Otro de los elementos nolanianos sería el tratamiento que hace de los personajes, que, en mi opinión, es sumamente desequilibrado. Su interés confeso por la exploración de las relaciones humanas, de los vínculos y las emociones, suele hacer recaer el peso de la acción en torno a la conexión entre dos o tres personajes, que ejercen de eje de coordenadas gracias al cual avanza la trama en el film. Pienso tanto en la relación padre-hija de Interstellar, como en Leonard y su esposa fallecida en Memento. Pero también en su reciente Dunkerque, donde los personajes protagonistas parecen moverse por conexiones emocionales diádicas, como la madre patria, motivo encarnado a través del fallecido hijo militar de uno de los personajes.
Me interesa la psicología de los personajes, pero no los personajes psicológicos que suele crear
Me interesa la psicología de los personajes, pero no los personajes psicológicos que suele crear. Desde su primero largometraje el realizador inglés nos muestra unos personajes tremendamente leídos y conscientes de sus idiosincrasias en todo momento, hasta el punto de que se hacen tremendamente explicativos, con largos diálogos que intentan explicar un universo, el del film, que debieran explicar las imágenes por sí solas. Dos son las hipótesis que tengo con respecto a este exceso de explicación.
La primera es que los personajes principales que pueblan sus películas son una suerte de Mary Sue, en el sentido de que parecen conocer de antemano los mecanismos de la trama, manejando un lenguaje muy similar, como si partieran del mismo origen dentro del, seguramente, rico universo lingüístico de significantes/significados del autor. Entiendo que, durante el proceso de creación de una obra, es inevitable que cada artista la llene con su mirada particular del mundo, con sus miedos y deseos, ya sea consciente o inconscientemente. Pero el problema es que, y aquí vamos con mi segunda hipótesis, el exceso explicativo no sólo se da desde otro plano, más intelectualizado si se quiere, sino que también parece que nace desde un lugar fuera de la película. Como si el autor temiera que el público no pudiese seguir su intrincada trama, y, por ello, mata la espontaneidad de la película a través de un dialogo falsamente sofisticado, en ocasiones pretencioso, que en boca del personaje intenta ineficazmente hacer que suene verosímil.
La consecuencia última de todo esto es la sensación de estar viendo una película que funciona como una máquina pensada hasta el último detalle, en lugar de estar viendo una máquina, que, aunque este tremendamente elaborada y definida, dé la falsa, pero agradable, sensación de estar siendo descubierta, haciéndose con el público, conforme avanza. Sería la diferencia entre hacer un ensayo o una novela, quitándole a la primera toda la carga intencionadamente filosófica que hay detrás, y dejando sólo la sensación del discurso estructurado en base a: mente emisora a mente receptora.
No creo que se puedan aplicar completamente estas premisas a los personajes de Dunkerque, donde Nolan les deja más espacio para crecer a través de la imagen sin su, en ocasiones, asfixiante letra. Aunque también es cierto que no parece mostrarse totalmente cómodo al respecto, dando a veces la sensación de estar creando personajes planos, algunos apenas abocetados, como el soldado interpretado por Cillian Murphy, o el pobre chico del barco, de cuyo nombre ni me acuerdo, y cuyo final apenas me hizo vibrar una ceja.
Se podría decir, como algunos aseguran, que, en el caso de Dunkerque, al tratarse de una película con un discurso tremendamente político, donde algunos ven una desfibrilación patriótica tras el Brexit, se justificaría el nulo desarrollo de los personajes, al haberles transformado en un vehículo al servicio del discurso propagandístico. De ser este análisis correcto, la película perdería gran parte de interés para mí. No por razones políticas sino, más bien, por una forma diferente de entender el cine.
El arte de montar haciendo ruido
La forma en que realiza sus montajes es otro de los puntos a destacar dentro de lo nolaniano. Desde unos comienzos dominados por el neo-noir hasta la actualidad, ha intentado hacer del montaje una línea muy relacionada con su tesis del film, pero de una forma en la que el público siempre es tenido en cuenta. Su gusto por dividir la acción en diversas líneas temporales, que ya lo vimos en Origen, a través de esas capas de sueño, o en Interstellar, a través de la relación padre e hija, nos lo volvemos a encontrar en Dunkerque. En este caso, creando 3 líneas de acción en diferentes tiempos, que, paulatinamente se irán uniendo hasta desembocar en una suerte de catarsis emocional final, una del tipo responsable y contenida.
No estoy completamente convencido de la efectividad de la propuesta del montaje tripartito de Dunkerque, que en ocasiones frena el desarrollo empático que se da con los personajes y sus condiciones, pero reconozco la claridad con la que cada una de las tres trayectorias argumentales del montaje avanzan guiadas por el impulso de una misma emoción. No obstante, creo que las buenas cualidades de su montaje se ven frenadas por una composición final muy blanca y demasiado centrada en lo psicológico. Siendo esta una de las causas por las que abusa de una omnipresente, y, por otro lado, brillante, banda sonora, de un Hans Zimmer que le ha acompañado ya en unas cuantas creaciones.
Al focalizarse en el desarrollo psicológico del personaje, y, como lo psicológico no es sencillo de mostrar, opta, como ya he dicho, de dotar a sus personajes de un discurso muy autoconsciente. Esta elección condiciona toda su puesta en escena y montaje, impidiéndole mostrar lo psicológico de la otra forma, la no elegida, es decir, a través del uso exclusivo de la imagen. Esto significa que no puede mostrar la guerra en toda su crueldad, en su realidad. Quizás esto sea más una elección de estilo o de producción, para facilitar que la mayor parte del público pueda ir a verla, pero en esta decisión de estilo el final pierde fuerza, arrastrada por un discurso emocional y a la vez político. Y no es que el público deba salir perturbado siempre del cine. Pero da la sensación de que la película necesita de ayudas para creerse a sí misma. Y es aquí donde entra el uso de la loable banda sonora de Zimmer, que viene a sustituir la desesperación, sangre y gritos que uno se esperaría encontrar en el contexto histórico que relata, por un fondo de música generadora de tensión que intenta potenciar artificialmente una emoción demasiado intelectualizada por el tratamiento del tema.
El estilo de Christopher Nolan, bautizado como nolanismo, no creo que sea bueno ni malo en sí mismo. Un director que ha conseguido tal libertad creativa en Hollywood, haciendo de su apellido una marca de éxito taquillero asegurado, y, al mismo tiempo, poseedor de una visión particular que te haría reconocer sus películas con un solo plano, merece sin duda atención. Pero considero importante la humanización de ciertos iconos. Analizándolos en base a lo que cuentan, y en esto no me cabe duda de la originalidad de este director, pero también, y sobre todo, a cómo lo cuentan. No hay que olvidar que el cine es ficción, ni tampoco que la ficción no es inocente.
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[…] del director. Si vais a ver una peli de Nolan ya sabéis con qué os vais a encontrar: con el nolanismo. Desde la amnesia anterógrada del prota en Memento a las tres temporalidades de Dunkerque, […]