El bueno, el feo y la secuela

Blade Runner 2049 no es el malo; al menos no de la forma en la que la recaudación ha querido pintarla. Dejando de lado muchísimos niveles de concreción cinematográfica en los que la película destaca por encima del resto del catálogo, me veo obligado a enfatizar en un hecho que quizá a muchos de los críticos de taquilla barata y móvil encendido se les ha escapado: la obra es una grandiosa secuela.

Una vez, un tipo dijo que las segundas partes nunca son buenas. Blade Runner 2049 no es buena, es mejor; más trabajada y de mayor calidad que un alto porcentaje de las secuelas que produce la industria del cine. Lo es, en primer lugar, por su tratamiento del tema.

En el corazón de toda obra literaria hay una idea motriz. Lo que da energía a una película es  aquello que el artista desea explorar; por ejemplo, el amor imposible en Romeo y Julieta o la ambición en El Precio del Poder. En el caso de Blade Runner, el tema, si ha de resumirse en una sola frase, es tan complicado como la propia existencia humana.

La primera característica que destaca a Blade Runner 2049 por encima de gran parte de la producción actual es su forma de expandir la temática principal de su predecesora. La franquicia a sabido ver más allá y ha conseguido aunar ambas películas, no en una relación de original y secuela, sino de forma en que ambas son un todo. Blade Runner 2049 no es una segunda parte, es la culminación de una obra que engloba dos producciones. Así, si Deckard ya se preguntaba sobre su propia humanidad en la primera, Joe (antes conocido como K) lo hace en la segunda, de forma igualmente magistral.

La película que será de culto (Poster promocional de Blade Runner 2049, extraido de eldiariointegral.cl)

Poster promocional de Blade Runner 2049

Hablar del protagonista de Blade Runner es hablar de la segunda característica que hace destacar a su secuela: el tratamiento del arco del personaje a través de ambas películas. Uno de los grandes pecados de los últimos blockbusters es una manía que parece ilógica a simple vista, pero que pasa desapercibida. Se ve con normalidad el hecho de reiniciar la personalidad del protagonista para poder explotarla de nuevo en una segunda parte. Por poner un ejemplo, en Los Guardianes de la Galaxia, Starlord pasa de ser un antihéroe a un héroe, pero este cambio no es visible en la secuela, donde la audiencia tiene que comerse de nuevo el mismo periplo hacia la madurez, como si nada hubiera pasado. En el caso que nos interesa, no es así. Deckard desarrolla una gran empatía para con los replicantes en el transcurso de la primera película y esto no cambia en la segunda. A decir verdad, el espectador disfruta viendo que este es el único personaje al que presuponemos humano que realmente se preocupa por el bienestar de los replicantes.

El último elemento que hace sobresalir a Blade Runner 2049 ha sido, al mismo tiempo, su sentencia de muerte en taquilla. Al igual que hizo su predecesora, esta película no se deja llevar por las expectativas del género. Es una película de ciencia ficción, pero no de acción. Blade Runner 2049 es un drama profundo y reflexivo que necesita de mucho tiempo de emisión y pocas explosiones. Es normal que la audiencia se confunda cuando las grandes producciones de ciencia ficción se han convertido en una excusa para meterle mano a la vecina del quinto. Lo que hace a esta obra realmente grande es su valor para seguir la ruta marcada por la primera, sin desviarse en pos de un mayor éxito.

Definitivamente, Blade Runner 2049 no es ni el feo, ni el malo; lo son las expectativas y el prejuicio que han hecho que una obra de calidad se hunda en una trilogía del dólar que no es capaz de hacerla flotar. 

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