Las historias visuales de Kazuma Obara
La mayor parte de la gente no quiere saber sobre desastres nucleares, sobre las consecuencias de una guerra o sobre el drama de los supervivientes, ya que piensan que son temas deprimentes o demasiado conmovedores. Pero la fotografía puede generar otras lecturas y, ante todo, una conexión diferente. Además, si las imágenes son sofisticadas y oníricas, la presentación resulta menos intimidante. Nuestro protagonista tiene una visión romántica y heroica del fotoperiodismo pues consigue empaquetar la vida de una persona, su drama, para que todos queramos desenvolverla.
Kazuma Obara es un fotógrafo japonés que archiva y documenta acontecimientos que han marcado la historia de su país. Su interés principal se centra en las consecuencias y en las cicatrices. Nuevamente, nos topamos con la idea de que los lodos del presente no se entienden sin los polvos del pasado. Pone el foco en las voces de los supervivientes para conseguir unos testimonios que plasma en imágenes y en sus libros de fotografía artesanales. En sus propias palabras: “El rol de la fotografía ha cambiado por la era de Internet y las redes sociales, puede contar múltiples historias usando diferentes medios. Creo que contar historias visuales es uno de los términos claves de la fotografía actual”. Es el claro ejemplo de asociación entre contenido y forma, su obsesión humana por narrar historias se vincula con la meticulosa artesanía manual con la que elabora sus libros.
En sus redes sociales podemos seguir sus pasos, por ejemplo, de sus viajes por Europa en busca de veteranos de guerra, buscando y trazando las memorias de la historia. “Intento usar las redes para dar información sobre el proceso y lo que hay detrás de la historia o proyecto. Creo que es importante que se vea lo que entra y lo que no entra en la publicación final”, explica. Quiere romper el silencio, conocer la verdad, prestar su fotografía como medio para dar a conocer puntos de vista que no han sido recogidos en los libros. Busca alejarse del control político sobre la información. También considera las redes como una herramienta de difusión: “Ahora estoy haciendo un proyecto sobre la ocupación japonesa durante la segunda guerra mundial y sus efectos, y desde luego que las redes ayudan a dar a conocer mi trabajo”.
Su fotografía puede describirse desde un punto de vista formal como acuarelas o dibujos a carboncillo; sus protagonistas, tanto las personas como los espacios, aparecen como espejismos, fantasmas, recuerdos de una realidad o un sueño. Para lograr este efecto visual consigue hilvanar la técnica y buscar artificios que a su vez consoliden su discurso. Sirva como ejemplo más representativo su trabajo conceptual Exposure en el que conocemos la vida y drama de Mariya, una chica invisible superviviente del desastre nuclear de Chernobyl. La serie representa 30 años de su vida. Para ello, usó un carrete caducado y virgen que encontró abandonado en Pripyat a solo 5 kilómetros de la planta nuclear. Establece así un concepto bien definido, la radiación afecta a la vida de las personas y a los negativos que fueron usados para el testimonio visual. Mariya nació solo 5 meses después del desastre, su vida y su salud se vieron afectadas por los efectos de la contaminación. Kazuma persiste en el objetivo de ir más allá. Las imágenes de la serie muestran todo este engranaje de una dura realidad plasmada con ensueño. Su tributo empieza con la peculiar elección de la película, continúa con su ardua labor en el laboratorio para rescatar las imágenes, y culmina en su interés humano por saber quién es Mariya.
Como ya hemos apuntado, Kazuma elabora sus libros como un artesano, mezcla documentos reales que recopila en sus viajes con las fotografías que hace de los supervivientes. Nos cuenta su conexión con este soporte de esta forma: “De niño al haber nacido en el campo no tuve la oportunidad de entrar en contacto con libros de fotografías, pero una vez iniciada mi carrera como fotógrafo profesional, pude unirme a los talleres de Yumi Goto y Jan Rosseel para crearlos de forma artesanal y así poder contar historias visualmente”. Sus copias son limitadas, aunque con la repercusión que ha conseguido con sus últimos trabajos cabe esperar que pronto consiga un patrocinador que le ayude a producir grandes tiradas. Ha manifestado este objetivo en sus últimas declaraciones. Del mismo modo, no creemos que olvide nunca el valor de la presentación de su trabajo. De hecho, se dedica a enseñar a fotógrafos en talleres cómo se elabora un libro de fotografías, pasando por el proceso de guiarlos a encontrar un inicio y un final en el discurso o a valorar la importancia de los materiales que se emplean. Para impartir estos talleres, en su maleta se pueden encontrar más artículos de papelería que su propia ropa. Esta anécdota nos descubre un poco más su devoción profesional, el maestro sacrifica el espacio de sus enseres personales para poder incluir los materiales que necesita.
No podemos pasar por alto Silent Histories para comprender a este historiador-fotógrafo. Este proyecto es otro testimonio, en este caso de los ataques indiscriminados de las fuerzas americanas durante la Segunda Guerra Mundial, de las cifras escalofriantes de muertos, superadas por los heridos en más de 200 ciudades de Japón. Y en medio de toda esta destrucción, la vida de niños huérfanos quemados y mutilados, y peor aún, silenciados. Ante la emergente prosperidad económica sus heridas quedaron sepultadas, convertidas en sombras que no interesaban y que solo provocaban incomodidad. Kazuma Obara recurre a la metáfora de los números con una edición limitada de 45 copias en referencia al año 1945. La dimensión fotográfica de sus proyectos se ve inmersa en una trama mayor de ideas, conceptos, homenajes e historias. Su proceso de trabajo se puede comparar al de un estudiante universitario elaborando su tesis doctoral, con la humildad de un aprendiz en el plano documental, pero demostrando la valentía y bravura de un justiciero. Sobre todo esto nos cuenta: “Mi enfoque se acerca al de un sociólogo o antropólogo cultural, basándome en una investigación a largo plazo sobre el material de los expertos y catedráticos. Después de eso, intento conocer mucha gente diversa que esté inmersa en la materia y encuentro mi estilo para visualizar el tema principal. Me lleva mucho tiempo finalizar el proyecto”. Y termina con una afirmación a una de las preguntas formuladas para este artículo: “Sí, quizás, soy paciente”.
En la pasada edición de Fotonoviembre, muchos curiosos o aficionados a la fotografía, y también fotógrafos profesionales cuestionaron algunas propuestas presentadas. Dentro de este debate, cabe la conjetura de que la fotografía ha dejado de ser un documento visual para transformarse en un concepto de mayor envergadura. Este género se abre camino dentro del arte contemporáneo con la misma armadura, protegiendo su belleza y enriqueciendo su estética con filosofía. La fotografía juega las mismas cartas que el arte contemporáneo, crece con el discurso y el texto. Kazuma Obara podría entenderse como ese estandarte, un fotógrafo convertido en artista, en historiador que conjuga la imagen con las palabras y los números, presentando su producto con la misma paciencia de un artesano. Sobre este debate generado por Fotonoviembre, Kazuma apunta: “Si los fotógrafos tienen en cuenta la situación actual de cómo se consumen las imágenes en nuestra vida, tenemos que expandir nuestra habilidad y adoptar diferentes caminar para contar la historia. Creo que muchos fotógrafos se han visto retados ante estas circunstancias, y lo que vieron en Fotonoviembre podría ser uno de esos resultados”. Dejo en el aire unas preguntas que parecen cíclicas, unas cuestiones que nos hemos preguntado unas cuantas veces, y que seguro que nos re-visitarán en el futuro: ¿Cuáles son los límites de la fotografía como forma de arte? ¿Hasta dónde están los círculos más conservadores dispuestos a aceptar el concepto y otros soportes como fortalecimiento de la fotografía?
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