Todos hemos sido Night in the woods
Después de la resaca de celebrar el comienzo de un nuevo año, prometerme a mí mismo que esta vez sería diferente, que cumpliría y conseguiría todo lo que quisiera, llegaba el final de Febrero y la euforia de un comienzo nuevo se volvía a desvanecer como cada propósito de principio de año.
Tras haber salido corriendo de la universidad dos veces y haber estudiado algo a lo que sé que nunca me dedicaré, mis días se resumían en cervezas y siestas. Algún esporádico momento productivo en los que entrevistaba a alguien para The Cultural me hacían sentir como si estuviera un poco dentro de la sociedad, pero no era así. No sabía ni qué quería hacer, ni a dónde iba a ir y parecía que todo el mundo a mi alrededor iba encaminado.
Los videojuegos siempre han sido un buen escape de la realidad y un pasatiempo que te puede quitar un par de días de encima en los que no te machacas a ti mismo. Night in the woods me entró por los ojos rápidamente. No sabía nada de la historia, ni de la jugabilidad, ni de sus creadores. Me senté a jugarlo por la noche y lo acabé por la mañana; del tirón. Había descubierto a Mae. Un fiel reflejo de mí mismo, de ti, de esta generación perdida. Cuando un juego indie con personajes animalescos y un toque de fantasía, se siente más real que cualquier material audiovisual que haya podido consumir en 2017, es preocupante. Night in the woods retrata fielmente los problemas a los que nos enfrentamos en esta etapa de nuestra vida. Somos los putos milennials, una versión mentalmente más enferma que los adolescentes de los noventas.
A Mae la han expulsado de la universidad con 20 años y vuelve a su pueblo natal con la sensación de que es un fracaso y con nula idea de qué rumbo tomar. Se reencuentra con amigos de toda la vida y rememora sitios y viejos amores, la sensación de vivir de nuevo con sus progenitores, de que todo el mundo la juzgue por su pasado y por ser una dropout inútil y sin un camino que seguir. Todos nos hemos sentido perdidos en algún punto de nuestras vidas, y más en los tiempos que corren. Mucha gente dice que vivimos en una época vacía, que lo tenemos todo hecho y lo damos todo por sentado, que no es difícil existir ahora porque no tenemos que levantarnos a las 4 de la mañana a arar un campo o que podemos tomar el camino que queramos. La realidad es que nos enfrentamos a las peores enfermedades: las mentales. Estudiamos X años para graduarnos y volver a estudiar X años para elegir una profesión a una edad en la que no hemos vivido nada. No tenemos ni puta idea de que hacer y se nos obliga a cimentar la base de nuestra vida cuando no tenemos ni idea de lo que es vivir. Y todos acabamos como Mae, de vuelta a casa y perdidos, porque ya nada es igual y cada vez tenemos menos tiempo.
Centrándonos más en el juego, se nos presenta un pueblo entero para explorar. La mayor parte del tiempo estaremos moviéndonos de un lado para otro hablando con gente. Se nos ofrecen minijuegos, como los ensayos de la banda de Mae o Demontower, un interesante roguelike disponible en el PC de la protagonista. Así con todo, no supone para nada un reto ni hay nada destacable jugablemente, pero Night in the woods solo quiere contar una historia y no le hace falta más que lo que nos da para hacerlo. Pasa un poco como Undertale. A sus detractores siempre les diré que no necesita niebla volumétrica, texturas 4K y un sistema de combate intrincado. No le hace falta. Es justo lo que quiere ser y eso lo hace perfecto. Night in the woods ahonda en temas profundos y complicados como la depresión, la muerte y la madurez pero eso no implica que sus mecánicas deban ser igual de abismales que su espiritualidad.
El arte y música son sublimes y claramente es un juego que entra primero por la vista y el oído, con un estilo gráfico caricaturesco genuino, fondos muy saturados y colores planos, jugando con las luces y consiguiendo una mezcla genial. La banda sonora nos recuerda a películas noventeras de teenagers en institutos americanos y tiene algunas canciones realmente memorables que no se te quitarán de la cabeza. Todo esto lo enmarcan con personajes que son, como he dicho al principio, espejos donde reflejarnos. Incluso los secundarios tienen algo que explicar o historias que desarrollar si hablamos con ellos cada día.
Possum Springs se siente como un pueblo de verdad porque sus habitantes están escritos magistralmente. Hay líneas y líneas de diálogo que ni siquiera he visto al rejugarlo. Te obliga casi obsesivamente a exprimir al máximo los numerosos momentos libres que nos otorgan al principio de cada mañana y sumergirnos de lleno en todo el abanico de pequeñas sidequest que nuestros vecinos tienen para nosotros. Es un juego con tal mimo que es casi perfecto en lo que quiere llegar a ser, ni más, ni menos. Es una joya que ejemplifica que los videojuegos son arte.
Y por cierto… gregg rulz ok.