Lucilla Bellini, la fotógrafa de los sueños
Imagina un mundo de ensueño coloreado en tonos rosas y violetas donde las estaciones se suceden con personalidad definida y los protagonistas parecen encontrarse en la intimidad de sí mismos sin ningún pudor. Bienvenidos a la tierra de Lucilla Bellini. La fotógrafa italiana presenta con mucha fuerza un espacio sensorial delicado y sensible. La abstracción visual es enorme y aparece de una forma espontánea y sin un orden lógico o tradicional. El torrente de su proceso creativo se derrama en imágenes que nos dejan experimentar sensaciones con todos los sentidos. Podemos palpar la vida y el placer de las personas y lugares que retrata. Sin embargo, también suele provocar sonrisas curiosas con un atisbo de desconcierto que delatan las posibles interpretaciones de su obra.
Nuestra invitada posee una amplia formación y experiencia profesional en el mundo del arte. Cabe destacar sus estudios universitarios de Antropología Visual en Florencia, y un proyecto muy ambicioso en la Universidad de París 8 con el que se empapó de Historia del Cine, Teatro y Fotografía. Su currículum revela una extensa experiencia en el campo de la fotografía demostrando una gran versatilidad en sus conocimientos, aptitudes y producción, desde sus trabajos en editoriales de moda o viajes, pasando por la formación de estudiantes de fotografías de calle y moda, hasta el comisariado y coordinación de numerosas exposiciones y galerías de arte. En este punto, es de justicia reconocer su carácter abierto a conocer otras culturas, y la flexibilidad para adaptarse a nuevos contextos, idiomas, características geográficas, gentes y tradiciones. De hecho, este es uno de los factores que más enriquecen su creación. “Cambiar de país es como abrirse a lo nuevo, bello o feo, no importa, estás buscando un cambio, una experiencia desconocida, fuera de la comodidad de tu país natal. Al mismo tiempo es un huir de todo lo que es familiar para saltar a lo desconocido, que luego se convierte en familiar y así hasta el infinito”, nos relata Lucilla con expresión casi literaria.
En esos traslados migratorios Lucilla encuentra localizaciones que presenta como parajes de extraordinaria belleza en los que enfatiza los contrastes hipnóticos entre las estaciones del año, aprovechándose de la identidad de cada una de ellas. Sus juegos con el viento, el sol, la lluvia y la niebla la ayudan a crear atmósferas y sinfonías de colores tanto en exteriores como en interiores. Su visión también divide el norte y sur, su distinción entre lo seco y el verdor es extrema, pero logra encontrar belleza en ambos puntos cardinales. Su libro fotográfico Textus es un claro ejemplo del protagonismo de los espacios en sus editoriales de moda. En esta lectura de la naturaleza, Lanzarote se convierte en un mundo ideal y onírico, presentado con el uso experimental de tres cámaras diferentes. En sus palabras: “utilicé los tres medios con absoluta libertad, decidiendo en cada momento lo que me parecía que haría que la imagen fuera más poderosa”. La filosofía del libro es clara: la fantasía es la única facultad de nuestra mente capaz de preservar nuestra libertad, según la cita de Luis Buñuel que lo abre.
Lucilla se siente atraída por Lanzarote y César Manrique. En nuestras conversaciones privadas, he podido constatar el brillo en sus ojos cuando habla de su figura. Se emociona y se inspira con su legado, mensaje y obra. “Descubrí el trabajo de César Manrique cuando llegué a Tenerife. Estoy profundamente fascinada por su filosofía de vida y su arte me conmovió profundamente cuando visité su casa del Palmeto en Haría. Su presencia todavía invade todos los rincones de la casa y en su estudio su esencia persiste, se siente, es vibrante. Creo firmemente en su idea de mantener el deber moral de fomentar la cultura, y que sin cultura estamos condenados a la ruina” nos cuenta sobre su admirado artista. Lucilla comparte con César Manrique una enorme sensibilidad por el cuidado del medio ambiente. En sus proyectos fotográficos Rethink Your Garbage y Post Plasticum, pide a gritos sensibilización para proteger el planeta. El plástico aparece como un símbolo apocalíptico de lo que nos quedará después de esta era.
Se podría afirmar que Lucilla pertenece a ese grupo de artistas que utilizan el arte como medio combativo para cambiar realidades crudas o las injusticias. A través de planteamientos originales que crean cuestiones en nuestro pensamiento, sin descuidar los aspectos estéticos, parece querer conectar con nuestra conciencia y pedir cambios de percepción ante ciertos asuntos sociales. Su serie My Name is Lolita se podría enclavar dentro de su lucha bajo las consignas feministas. “Es un análisis de la representación del rostro femenino en las revistas y en la publicidad contemporánea”, nos cuenta. En las fotografías encontramos a la propia fotógrafa haciendo de modelo con unas máscaras de papel que representan la falsificación y la explotación de la cara femenina. La ironía e inconformismo están presentes en cada una de ellas e, incluso, en el mismo título del trabajo. El resultado es inteligente, excesivo, llamativo e inquietante.
Su compromiso como artista es evidente. Existe un equilibrio entre su deber ético como ciudadana del mundo y su lado artístico como creadora. Su presentación de la belleza huye de los caminos manidos de los editoriales de moda, y apoya a sus modelos en detalles materiales y geográficos que explotan la percepción sensorial. Se aprovecha del color, los espacios, las culturas y las tradiciones como una fotógrafa global pero enamorada de las particularidades de cada lugar. La confluencia de las influencias las canaliza a través su visión interior. Da la espalda a la realidad en la forma y se aferra a ella en el contenido para alojarse en su imaginación.
La digitalización ha modificado nuestra forma de entender y apreciar la fotografía, pero esta soñadora lucha por conservar el efecto de película. Aunque los programas de retoque digital nos ofrecen facilidades que ayudan a crear fantasías, Lucilla se inclina por el uso de filtros artesanales que la ayudan a conservar ese efecto vintage que busca. “Obviamente, soy muy melancólica, así que la fotografía analógica siendo mi primer amor con el que comencé a fotografiar, creo que posee lo inesperado que te permite soñar”, nos apunta. Esta diferencia la distingue de muchos fotógrafos contemporáneos y la acerca a los clásicos. Su fotografía comparte códigos expresivos con la poesía y es labor del público encontrar la línea narrativa en sus poemas de tierra y mar. “Me gusta alterar la realidad. Interrumpir algo para cambiar la imagen de lo que estoy viendo en ese momento, y permitir que el espectador vea un artefacto que deja una interpretación libre y que sea fascinante”, nos confiesa así su plan de actuación.
Después de este breve repaso a la tierra de Lucilla, podemos afirmar que su fotografía es todo color. Es su sello distintivo y esencia artística. Nos confirma esta tesis cuando nos refiere que “el color es algo instintivo, es capaz de evocar imágenes, influye y te lleva a un estado emocional. Creo que el color representa este instinto para mí, este vínculo instintivo y casual que siempre busco en mis obras”. Lucilla controla el uso del color como si estuviese sentada en un puesto de mando mientras atraviesa los mares de la inspiración. Su experto uso de la cámara consigue llevar a nuestros ojos deseosos de viaje por las nubes de los sueños mientras nos mantiene despiertos con sus acertijos realistas. No solo acierta por su sólida intención estética, sino por sus propuestas conceptuales, que invitan al espectador a transitar por varios niveles introspectivos de lectura.
Pausemos la realidad para introducirnos en los espejismos acústicos y contemplativos de Lucilla.
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