Almorranas literarias y cómo encontrarlas
Solo hay una forma de curar las almorranas de los escritores de culo inquieto e ideas sedentarias: Internet. Gracias a este maravilloso invento, George R.R Martin podría cambiar las espadas del Trono de Hierro por plátanos y regalárselo a un orangután sin dedos y no pasaría nada, porque los fans están completando su obra.
Un vistazo por las principales redes sociales es capaz de saciar al lector más impaciente: tenemos teorías locas, fanfictions, material eliminado, ideas del escritor que surgen ya en postproducción… ¿Pero tenemos obra?
La creencia popular nos dice que no. Hay un Pepito Grillo en nuestras cabezas que nos grita que lo único válido es lo que hace el autor original, mientras da saltitos en nuestro hombro. A ese bicho hay que aplastarlo. La realidad es que una obra de arte es tan de alguien como se lo permiten sus derechos sobre la propiedad intelectual. Hay un montón de tipos que han hablado largo y tendido de esto; por eso yo voy a centrarme en lo que nos toca como usuarios de la red. ¿Cuándo hablamos de obra literaria y cuándo nos están vacilando?
Definir qué es arte y qué pertenece al autor (si es que existe pertenencia como tal) es una cuestión que es mejor que dejemos a los académicos de la materia. Sin embargo, un fregado en el que sí que podemos meternos es en el de la intención. Cuando alguien crea algo, lo hace con intención de que esa creación sea arte. Nadie escribe una novela por casualidad o esculpe al Miguel Ángel de un tropiezo. La intención es una de esas cosas repelentes que hacen que el arte conceptual funcione; y por eso precisamente hay que entenderla bien.
Apliquemos el test de la intención a lo listado. El material eliminado no es parte de la obra. En este caso, no hay que tener en cuenta la intención inicial que tenía el autor de que ese material formase parte de su obra sino la que hizo que no fuese incluido. Cuando se cortan escenas de una película o se editan capítulos de un libro, no se hace porque sí. Son intentos fallidos y errores, y por eso no tienen por qué (ni deben) formar parte del producto final. Soy consciente de la controversia que genera la idea de “corrección” en el ámbito artístico, y yo mismo intento usarla lo menos posible; pero considero que si, en opinión del artista, algo no debe estar, es que no debe estar. Sus razones tendrá.
Aplicando esta misma matemática, lo que el autor explique o diga a posteriori es, también, humo. Muchos escritores se han unido a esta moda que no pretende más que mantener entretenidos a sus lectores mientras piensan nuevas formas de chupar del bote. La información que no permea de la obra original no existe. Toda elucubración sobre un personaje o una escena no es más que eso: una mala paja. Cada vez son más los autores que cubren los agujeros de sus narraciones con declaraciones rompedoras en Twitter. ¿Los lectores pierden interés? Solo hay que inventar algún dato curioso sobre la sexualidad de nuestro protagonista, aunque no se transmita en la novela. El problema de esta práctica es que genera creadores perezosos; escritores que no son capaces de completar sus obras y que tienen que tirar de trucos baratos para que el negocio funcione.
El resto de prácticas son, y creo que no hace falta decirlo, arte. Un fanfiction no es más que la recreación de un AUTOR (sí, en mayúsculas, sin menosprecio) en el trabajo de otro: una exploración. Si los músicos de jazz pueden hacerlo, nosotros también. Ya sea superando el nivel canónico que hace que algo sea considerado “de calidad” o no, los fanfics aumentan el contenido, reflexionan sobre el mismo y dan nuevos puntos de vista a escritos que ya tenían su punto y aparte. Las escenas eliminadas y los datos inventados a posteriori también lo hacen, pero no desde la intención pura y tajante de la creación literaria; las primeras pecan de avaras, los segundos de perezosos.
Ser concluyente en este tipo de reflexiones es complicado. Mi intención con este artículo es hacer pensar sobre la precariedad del mercado artístico y la necesidad de producir más y más material para tener algo que llevarse a la boca. ¿Qué lleva a un autor a desvelar los fracasos que tuvo que quitar de su gran obra? ¿Qué hace que se destroce las neuronas inventando nueva información que no fue capaz de meter (o simplemente no se le ocurrió) en el original?