Jim & Carrey: Ser o no ser
Jim Carrey lleva un tiempo alejándose de las cámaras. Lejos quedan los tiempos de Ace Ventura, La Máscara o Dos tontos muy tontos, cuando el talento del actor canadiense viajó por todo el mundo por primera vez, llevándole, en unos pocos años, a convertirse en el intérprete más rentable de Hollywood. A día de hoy, desde su consolidada posición como unos de los mejores cómicos de su generación, nos trae Jim and Andy: The great Beyond, el documental desde el que su protagonista nos vuelve a sorprender con su reflexión en torno a la identidad y la fama.
En Jim and Andy: The great Beyond, documental dirigido por Chris Smith, se dan espacio a tres grandes relatos. Primero, el de un Jim Carrey desatado, diluyéndose y perdiéndose en la piel de su personaje durante el rodaje de la película Man on the Moon. Segundo, el de la trayectoria profesional de uno de sus referentes, Andy Kaufman, con él que su historia personal y profesional danzan en puntos cercanos a la colisión. Tercero, el del Carrey en la actualidad, frente a la cámara, respondiendo a las preguntas del director en torno a lo sucedido en su carrera y como ha llegado hasta ahí.
La sinopsis de un principio
Jim, de origen canadiense. Su madre, Kathleen, una mujer depresiva, adicta a los tranquilizantes, que pasaba las horas frente al televisor. Su padre, Percy, un prometedor saxofonista que había renunciado a su sueño a cambio de ser, primero contable, y después, guardia de seguridad nocturno en una fábrica de la zona. La vida, en sus inicios, transcurre con la cadencia de las cosas medianas, sin grandes contratiempos. Pero todo cambia cuando, en 1978, su familia decide abandonarlo todo y mudarse a una Volkswagen amarilla. Este periodo marcó profundamente el camino de un joven Carrey, que se vio obligado a cumplir dos tareas: por un lado, trabajar de guardia, al igual que su padre, para contribuir económicamente y, por otro, entretener con sus performance a una familia que necesitaba evadirse de un presente de incertidumbres. Me aventuraría a decir que Jim aprendió durante esos años, no sólo a mejorar como showman, ensayando como él asegura en el documental durante horas delante de la pared de su habitación mientras los demás chicos jugaban, sino también a que ese personaje, el creado por él, pero, en último término, buscado por su familia para generar bienestar y aceptación, se convertiría en su forma de relacionarse con el mundo. “Mi padre era muy gracioso. Así que yo trataba de serlo y lo era (…) Y así obtenía atención y amor, y la gente pensaba que era especial” sentencia un reflexivo Carrey frente a la cámara.
Desarrollo de un sueño
Acostumbramos a creer que el talento es innato. Que cuando alguien vale, tendrá tarde o temprano las oportunidades necesarias para desarrollar su carrera profesional como ella o él desean. Y, si por algún casual tuvo dificultades a la hora de conseguir su sueño, elevamos aún más la historia a la categoría de mito o leyenda. Nunca nos llegamos a plantear que quizás en muchas otras circunstancias fue de otro modo, las de aquellas de los que nunca llegaron a ser y no dejaron de intentarlo.
En el caso del Jim adolescente, sus primeros pasos por los escenarios canadienses no estuvieron exentos de dificultades. Por mostrar uno, en el Yuk-Yuk’s, el primer club de la comedia de Toronto, le acabaron echando del escenario mientras un casete a todo volumen le despedía con un “¡Es un desastre! ¡Sí, un desastre!”. El propietario de este local, junto con gran parte de la sociedad de la época, estaba más acostumbrado al humor refinado de un Woody Allen, o a la brutalidad de un George Carlin. En lugar de ello, y durante el tour que hizo por los bares de Canadá, Carrey ofrecía espectáculos más irreverentes, tragicómicos en ocasiones, enfrentándose al público, provocándoles. En algunas ocasiones ante oyentes que, excepto por algunas carcajadas residuales no le llegaban a comprender, y en otras, retirándose bajo el calor de una sonora ovación.
En aquella época realizaba imitaciones muy trabajadas de grandes figuras, desde Billie Holiday hasta la cerdita Peggy pasando por James Dean. Pero terminó renunciando a ellas, buscando otras formas de llegar al público, por temor a acabar encasillado como el imitador de las mil caras con espectáculo en Las Vegas todos los viernes. Fue por esta búsqueda por la que, como se muestra en el documental, comenzó a ofrecer shows más arriesgados, quizás inspirándose en una de sus mayores influencias, el inclasificable Andy Kaufman. En sus propias palabras: “Quieren no tener preocupaciones (el público)… Así que yo sería el hombre sin preocupaciones”.
El joven intérprete nunca perdió de vista su objetivo: alcanzar la fama. Muchos son los compañeros y compañeras de oficio con los que se ha ido cruzando a lo largo de los años, y que destacan esa clara ambición, que él también reconoce y ejemplifica con la extensión de un cheque por valor de 10 millones de dólares, que se firmó a sí mismo, y del que se puso como fecha última de cobro el día de acción de gracias de 1995. Objetivo que, libros de psicología positiva mediante, finalmente consiguió gracias a su participación en Ace Ventura y Dos tontos muy tontos. Su padre fallece justo antes de ver cumplido ese sueño, y durante su entierro Jim le entrega el cheque que se firmó unos años antes. Para cuando se rueda Man on the Moon, momento en el que transcurre la acción del documental, Jim Carrey es sinónimo de taquillazo.
Cuando todo empezó a cambiar
Durante el rodaje, narrado en el documental, asistimos al análisis que el Carrey de la actualidad hace de toda su carrera. De cómo ha ido construyendo un personaje a lo largo de su historia, y como cada una de las películas que ha ido haciendo, han tenido un significado dentro de su trayectoria. En eso me recuerda a otros documentales, como el que Stevan Riley hizo en 2015 sobre Marlon Brando, titulado Listen to me Brando, donde también se podría trazar una línea de sentido que daba unión a filmografía y actor.
Lo interesante de este documental es la inmersión absoluta que Carrey hace en los dos personajes, Andy Kaufman y Tony Clifton, de manera que ninguno de ellos dice conocer al otro, incluyendo al propio Carrey, actuando como si fuesen personas realmente separadas. Una mímesis escalofriante. El valor de este objeto audiovisual radica en el susodicho debate en torno a la identidad, expresado de una manera muy efectiva, y sin escatimar en momentos extremos, donde, reconozco, haberme sentido incómodo en no pocas ocasiones. Porque, aunque no me interese demasiado esta nueva etapa de un Jim Carrey gurú, reconozco que el debate que esta película plantea es de un interés y atemporalidad reseñables.
Creo que hay dos ejemplos, a los que se asiste durante el visionado, que son un digno ejemplo de lo que quiero decir.
En un momento del documental, Jim cuenta como un año antes de hacer la película Olvídate de mí, época en la que estaba realmente afectado por la reciente ruptura con una novia, el director Michel Gondry, en una reunión le pidió que siguiese con ese desasosiego hasta que comenzara el rodaje, para aprovecharlo en la película.
En otro momento, el actor de origen canadiense nos narra los sucesos ocurridos a las dos semanas de comenzar el rodaje de Man on the Moon, cuando su realizador, Milos Forman, le llamó a casa totalmente agotado por la situación de descontrol que a la hora de grabar estaba causando la triple personalidad mostrada por Carrey. Tuvieron el siguiente diálogo:
Podríamos despedirlos (refiriéndose a sus encarnaciones de Andy Kaufman y Tony Clifton). Yo puedo hacer una imitación. Soy bueno para eso. Y podría imitarlos bien”, propone Carrey.
Tras un silencio Milos Forman respondió: “No. No quiero que pare. Sólo quería hablar con Jim”.
La misma sociedad que desea tener claros sus referentes no puede evitar necesitar, al mismo tiempo, de su incertidumbre. Exigiendo uno y su opuesto. Porque todo va de principios, de comienzos. De cómo empieza uno, y desde dónde. De olvidar el principio, o no. Al final del documental, no tengo claro quién es Jim Carrey, o cualquiera de nosotros. Porque quizás no tiene que ver con un inamovible “soy”, como con un “estar siendo”.