Música de las esferas
El hombre piensa fervientemente en ser el responsable de creaciones, formando lo inexistente en realidad. Pero que no se nos olvide que somos parte de la naturaleza, y es ella la madre del universo.
Twaikovsky, Louis Armstrong, Janis Joplin; todos ellos pioneros en un estilo, forma, ritmo. ¿Y si esto ya existiera?
En las antiguas civilizaciones egipcias y sumerias observamos la creación de distintos instrumentos musicales. Estos eran utilizados para sus liturgias y, cómo no, sus dioses estaban directamente conectados con los astros. Es así como vemos una de las primigenias relaciones entre la música y el cosmos.
Pero será en la época griega donde se quede en relevancia la Teoría de la música de las esferas. Se trata de un estudio de los filósofos pitagóricos. La teoría detiene que los astros tienen una tonalidad concreta la cual se emite dependiente de las proporciones aritméticas de sus órbitas respecto a nuestro planeta. Es así como dependiente de su localización los sonidos serán más agudos o más graves. El sonido de los 6 planetas conocidos entonces y el astro solar, darían a las 7 notas del pentagrama.
Platón reafirmaría esta teoría, como podemos ver en su obra La república, concretamente en El mito de Er:
“Encima de cada uno de los círculos iba una Sirena que daba también vueltas y lanzaba una voz siempre del mismo tono; y de todas las voces, que eran ocho, se formaba un acorde. Había otras tres mujeres sentadas en círculo, cada una en un trono y a distancias iguales; eran las Parcas, hijas de la Necesidad, vestidas de blanco y con ínfulas en la cabeza: Láquesis, Cloto y Átropos. Cantaban al son de las Sirenas: Láquesis, las cosas pasadas; Cloto, las presentes, y Átropos las futuras.”
Con la llegada de la Edad Media y Renacimiento, la sociedad crearía un fuerte vínculo con la religión y su fe. Teniendo de base el concepto pitagórico, pensarían que hay ángeles en el universo que emiten tonalidades, pasándose a denominar música celeste.
La base quizás más científica sobre esta teoría llegaría de la mano del astrónomo Kepler. En su obra Harmonices Mundi plantea que según la velocidad angular de un planeta emitía una tonalidad diferente. De esta manera, el astro más alejado el sol emitiría un tono más grave que el más cercano. A su vez, se podrían forman con dichas notas 14 acordes, siendo uno el correspondiente al principio del universo y otro al fin.
Kepler escribió: “El movimiento celeste no es otra cosa que una continua canción para varias voces, para ser percibida por el intelecto, no por el oído; una música que, a través de sus discordantes tensiones, a través de sus síncopas y cadencias, progresa hacia cierta predesignada cadencia para seis voces, y mientras tanto deja sus marcas en el inmensurable flujo del tiempo.”
Sorprendentemente los pitagóricos acertarían con la base de su teoría. En el S.XX, el satélite de la NASA Trace, descubría que el sol emite sonidos ultrasónicos, aunque estos son imperceptibles para el hombre ya que son 300 veces más graves de lo que percibimos. Pero los demás planetas si crean sonidos aptos para nosotros; aunque el espacio no permita la transmisión del sonido, si puede emitir ondas sonoras.
Por ello, esta gran arte llamada música es realmente parte de nosotros, llevándola a todas partes sin necesidad de cascos. Seguiremos mirando a las estrellas, incrédulos y observando a Selene hasta que no nos quepan más lunares.