Desde dentro: El Diablo viste de Parka, 2ª parte.
Seis mil seiscientos sesenta y seis. Seis mil seiscientos sesenta y seis. Seis mil seiscientos sesenta y seis. No, no estoy iniciando un ritual satánico ni he colgado el cartel de “Se vende” en mi alma, estoy recitando la excéntrica nana que un amigo se repite antes de ir a dormir. En algunos tipos de meditación las personas se concentran en una frase breve que se va repitiendo. En regiones asiáticas como el Tíbet o la India son conocidas como mantras. El caso es que mi amigo se iba a la cama e iniciaba el procedimiento si no conseguía conciliar el sueño. Otra persona que conozco es más ambiciosa y se repite una y otra vez el mismo mantra, pero no sólo se lo repite a sí mismo sino a todos los que le rodean, estos a su vez terminan repitiéndolo para convencer a sus allegados y así sucesivamente. Su frase es más elaborada y su objetivo más que adormecer la mente es despertar las pasiones, se trata de la siguiente: “Que circule el dinero, que se generen nuevas necesidades para el consumo”. Se llama capitalismo y su nombre genera ese efecto de cuando dices por primera vez Voldemort y todos a tu alrededor te empiezan a mirar con el ceño fruncido. Muchos lo defienden y muchos lo critican, aunque la mayoría no se detiene a observarlo y deja que siga su camino. Nos guste o no gracias a él podemos sentarnos cómodamente en el váter y escribir un comentario en un video de youtube, gracias a él las personas que fabrican esos móviles inteligentes comparten el mismo destino que quienes construyeron las pirámides, tal y como dice el humorista Louis CK.
Pero dejemos la sempiterna crítica hacia el “inofensivo” sistema de libertad de mercado ya que en la entrega anterior ya criticamos bastante la moda, la banalización de ciertas prendas de ropa que solían simbolizar el alma de ciertos grupos y tribus urbanas como los pitillos, los flequillos, los piercings, las vans, las zapatillas running y todos esos artefactos que gracias a la democratización de la moda con el acceso de la clase media a las tiendas mediante el low cost y los outlets han supuesto un crepúsculo de los ídolos al más puro estilo Nietzsche. Un paso del politeísmo a un monoteísmo y gradualmente un pensamiento único fruto de la globalización que también llega a la vestimenta y sus tendencias que hace que todos seamos únicos en querer ser distintos. Tras este psicoanalítico momento de conflicto intrapsíquico entre el deseo de integrarnos y ser aceptados por los demás frente al destacar y ser diferentes, pasemos a un análisis de qué procesos mentales se conocen, para entender mejor muchos fenómenos sociales que llevamos años viendo y viviendo.
Permitidme empezar con un ejemplo:
Imaginad que tenéis un importante conflicto legal que necesita de atención inmediata. Vuestras familias, amigos y conocidos os han recomendado a varios abogados y has quedado con dos de ellos. El primero llega en un coche deportivo blanco mate, se baja luciendo un traje gris impoluto y resplandeciente que brilla como sus ojos castaños. Te aprieta la mano con firmeza mientras, atónito, sigues la línea de su perfecta barba recortada con precisión milimétrica bajo los pómulos y se peina su cabello negro azabache con el brazo izquierdo dejando ver un reloj metálico de diseño. Cuando le explicas tu situación saca un cuaderno de su maletín y va tomando notas con un bolígrafo Montblanc. Al acabar te comenta las alternativas y te anima a visitar su despacho cuanto antes para poneros al día y empezar a trabajar la defensa del caso.
Ahora vayamos al abogado B. Le esperas en una cafetería ya que llega un poco tarde. Cuando aparece, está sudando. El traje no le encaja del todo bien y que ves que tiene varios pliegues en sus brazos. Lleva los primeros botones de su camisa desabrochada y te da la mano mientras se sienta torpemente. Cuando le cuentas el problema, se muestra nervioso, busca un boli en sus bolsillos y apunta lo que le vas diciendo en papel doblado que saca de un bolsillo. Antes de despediros te dice que no está seguro, que tiene que estudiar tu caso y que le llames en unos días.
Dicho esto, creo que ya tendréis una opinión formada de cuál de los dos profesionales será al que acudáis para contratar sus servicios. Como decía Oscar Wilde: “No hay una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión”, y esto lo saben bien las empresas y el marketing. Las personas somos especialistas en formar opiniones de manera rápida a partir de poca información. En el caso de los abogados, vemos claramente cómo funciona la inferencia de rasgos, mecanismo por el cual atribuimos características más positivas a aquellas personas más atractivas, bellas, arregladas; y las desaliñadas, poco estilosas y menos agraciadas se llevan la peor impresión. Existen elementos que pueden cambiarse como la vestimenta, la actitud, la postura… Pero otros como el tamaño de la nariz, la separación de los ojos, la estatura y malformaciones físicas son permanentes, salvo en algunos casos con cirugía plástica. Vemos en muchos programas como Cámbiame o Tu estilo a juicio cómo los jueces describen a la persona de un modo negativo y después del cambio de una forma mucho más positiva. Además, esta primera impresión que nos causan las personas deja una huella en nuestro recuerdo y a partir de ese momento tendremos a interpretar el comportamiento de esa persona en comparación con esa imagen primigenia. Por ejemplo, el primer abogado de ahora en adelante tendrá más probabilidades de que las cosas que haga nos parezcan más elegantes, sus decisiones inteligentes y lo que nos cobre o descuente como muestra de su generosidad.
Por otro lado, en un plano más característico de la psicología social, podemos encontrar procesos que tienen que ver con los grupos, como son las tribus urbanas. Las personas categorizamos a los demás, les colocamos en categorías en función de las características que percibimos que poseen. En la categorización social colocamos los individuos en grupos sociales según se asemeje más al prototipo que conozcamos del miembro del grupo. Si vemos a un adolescente con pitillos negros, Vans a cuadros blancos y negros, pelo largo con flequillo teñido, mochila Skelanimals de gato, camisa de Bullet for My Valentine y piercings en los labios más de uno pensará: un emo. Por otro lado, si vemos que una adolescente lleva botas que ascienden por los gemelos llenas de hebillas con la suela muy gruesa, medias negras, falda de cuero con cadenas colgando, camisa negra, chaqueta de cuero y maquillaje negro no os sorprenderá que alguien diga: gótica. Aunque ciertamente la realidad es más compleja y dentro de un grupo existen miembros más o menos representativos del estereotipo e incluso fuera del grupo personas las que les guste alguna de las prendas que llevan en el grupo y se la pongan podrán llegar a ser categorizadas como tal. También habrá personas que compartan características de ambos grupos y será más difícil el diagnóstico social. Quizás incluso para sus propios compañeros y compañeras, ya que las fronteras son difusas, especialmente cuando la distancia social entre los dos grupos es pequeña.