Lo flamígero

Días convulsos en la capital del reino. Mateo Feijoo, como Frank Zappa en el Crossfire de la CNN del ’86, se hace cargo junto a María José Manzaneque y Almudena Ávalos de las Naves del Matadero y la ciudad se alza en dudas, reproches y miedos a lo que está por venir. “Hemos perdido, de nuevo, un teatro” dicen unos. “Hemos ganado, por fin, un presente” piensan otras.

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Matadero, Madrid.

No podía ser de otra manera. Fuego prendido fuego no puede no hablar de lo flamígero, de lo que despide llamas, de lo lúcido y lo resplandeciente. No puede no arrimarse a este fuego, crepitante, que produce el rozamiento y la fricción de las masas, la incandescencia que nace de la oposición de un conductor al paso de una corriente eléctrica. Es muy cansino este país de viejos cuando se empeñan los guardianes de la norma en clasificar, dividir y etiquetar con el fin de ordenar y separar lo uno de lo otro: peras de manzanas, niñas de niños, curas de drag queens… Cuando todo está más cerca de lo que parece. Mucho más. La colisión (un experimento que cada vez practica más LEAL.LAV y cualquier espacio de creación -que no, desgraciadamente, teatro-) es siempre fuente de luz y calor. A veces insuficiente, otras insoportable, siempre reveladora. Madrid –y por ende el resto del territorio nacional (no hablo ni de Cataluña ni de País Vasco, que tienen su aquel pero que son otra cosa) tiene por fin su proyecto público de fricción y desde esta página nos alegramos mucho y sin lugar a dudas.

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Chiara Guidi

Lo flamígero es también lo arcaico y lo radical, aquello que atraviesa los siglos y que nos confronta con lo que somos conectando la filosofía, las artes y el pensamiento clásico con sus homónimas contemporáneas. Marco Regueiro presentó este mes de marzo Preludi Orfici en Antic Teatre (Barcelona) y, dos días después, aterrizaba en Los Rodeos para atravesar el cuerpo y el espíritu de un nutrido grupo de valientes en un taller del mismo nombre que la pieza. Efectivamente el poder de lo clásico reside en su radicalidad, muy alejada de lo viejo y de la convención. Qué hermoso sería ver a las compañías de teatro canarias meterle mano a unas tragedias griegas, por ejemplo. Ocuparse de lo radical en un paso inexorable hacia el futuro. Nos habla Marco de Chiara Guidi (cofundadora junto a Romeo Castellucci de la Socìetas Raffaello Sanzio).

También nos habla sobre sus proyectos de teatro de lo arcaico con niños y niñas, hace ya unos años. Propuestas donde la muerte y el tabú campaban a sus anchas en una búsqueda desde el ahora (desde el entonces) de nuevos signos para viejos mitos que hoy, infantiles y fascistas, seríamos incapaces de tolerar en nuestros escenarios. Presentaciones y representaciones del cuerpo que nuestra mirada aséptica rechazaría como rechaza los tiempos no-publicitarios, no-productivos y no-entretenidos. Llegamos desde ahí a Puerilia: le giornate di puericultura teatrale (Jornadas de puericultura teatral, qué maravilla) organizadas por la propia Chiara donde, partiendo del estupor que toma cuerpo entre la mirada cruzada del niño y del adulto, se presentan tanto piezas como talleres para actores, actrices, performers… Misma invocación lanzada al viento: ¿para cuándo un proyecto escénico para niños y niñas -con niños y niñas- que se desprenda de lo televisivo, de la memez paternalista y del miedo del adulto? Con cariño, con humor, como queramos; pero desde otro lugar.

La cosa es que he pasado de Las naves del Matadero al teatro infantil como de los Carnavales al Libro de los placeres de Lispector: con la naturalidad que ambos caminos merecen. Tengo la hormona un poco revolucionada y mis personalidades múltiples (mi hombre, mi mujer y mi trans) están ávidas de primavera cultural, de cuerpos, de ciudades y de Naves en llamas. Es hora de morir, a ver qué pasa.

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