El Rincón del Historiador del Arte
Historia del arte líquido
Las teorías del sociólogo polaco Zigmunt Bauman son el reflejo del constante cambio de paradigma que se vive en el tiempo actual. Su mención, ya elaborada hace unos años, de la modernidad líquida conduce hacia el inevitable imperio de lo efímero. Lo cierto es que estas predicciones son una realidad. La viralización es el método de calibración.
La dicotomía entre calidad y cantidad ha sido una constante en la producción de imágenes. Posiblemente, la diferencia actual es que la vista se ve sometida a diario a un bombardeo ingente de ítems más o menos populares en cualquier dispositivo digital. El fenómeno ha llegado hasta tal punto que incluso determinados pedazos editados de discursos o anécdotas políticas han pasado a convertirse en fenómenos susceptibles de ser trending topics, algo impensable hace pocos años.
Todo esto sitúa al crítico y al teórico del arte en una posición complicada en tanto destilador de experiencias estéticas. Son bien conocidas diversas teorías en la Historia del Arte que divergen en posiciones al respecto de las diferentes
maneras de concebir una pieza. Lógicamente, en este tiempo de liquidez post-postmoderna existen varias nociones que deben desecharse en un análisis: por ejemplo la unicidad de una hechura o el concepto de trabajo artístico, por ejemplo. La única disciplina en la que esto puede llegar a considerarse sin temor a un resbalón es la arquitectura. A pesar de que ha tomado caminos que la hacen oscilar entre la simple creación de una imagen arquitectónica apabullante, véase la sede de la CCTV de Rem Koolhaas o el Khan Sathyr Entertainment Center de Foster, y el compromiso canónico con el espacio y la función, posiblemente propiedad de Louis I.Kahn o Frei Otto, entre otros.
La masificación de los dispositivos móviles proporciona al sujeto contemporáneo una plataforma válida para dar a conocer su opinión –por insulsa que sea–, además de la posibilidad de la configuración de una identidad virtual alternativa que está alcanzando tramos de verdadero horror con el fenómeno Instagram. Más allá de concebirse como una plataforma más que útil en el descubrimiento de nuevas tendencias, genera del mismo modo una exacerbación de la figura del influencer y la perfección fotográfica que degenera en la creación de un canon pornográfico absurdo.
¿Dónde queda el historiador en todo este mélange? La actualización y el análisis son las únicas vías hacia el éxito. Se debe aceptar que las grandes obras de arte han pasado a ser activos financieros conectando por tanto con el capitalismo feroz, del mismo modo que los creadores se ven subyugados por un mercado que no reconoce su valía. El papel a ejercer por tanto es el de un tamiz, sólido pero permeable. La liquidez debe combatirse con el olvido completo e inmediato de las taxonomías artísticas y en el reconocimiento formal de elementos diferenciadores. En cuestiones de arte contemporáneo, tratar de encasillar, por ejemplo, a un artista como Tiravanija y su sentencia respirar es arte, es un esfuerzo inútil.
Lo único destilable es, por tanto, tratar de identificar un mensaje claro en el entramado de una obra. Esto exige una cierta dosis de liberación de viejas costumbres. La producción de imágenes no conoce norma alguna más allá de la renovación constante y vertiginosa. La misiva que envía el artista queda supeditada a un terreno yermo y sin dimensiones. Se la debe distinguir entre toneladas de basuras y estupideces, pero precisamente este nuevo proceso de re-conocimiento es el que puede llevar a nuestra disciplina a cotas difícilmente imaginables en toda la historia anterior. No se trata ya de un desafío, sino de una necesidad imperiosa.