El héroe sociópata

La imagen del héroe tiene muchísimos rostros reflejados en el caleidoscopio cultural e histórico de la humanidad, desde Gilgamesh (el primer héroe de la historia escrita) hasta Ulises, desde el poderoso Hércules hasta el abnegado Siddhartha y desde Indiana Jones hasta Superman.

La imagen del héroe es un nudo marinero en la intricada tela de araña narrativa de la humanidad, sirviendo como símbolo de aquello a lo que aspiramos ser. Generales que lideran a su pueblo, iluminados poseedores de los secretos del universo, aventureros que surcan mundos desconocidos para encontrar tesoros, el amor, la inmortalidad, etc. Pero hay una encarnación que me parece más que interesante y, curiosamente, es una de las representaciones más populares en nuestra  deprimente, moderna y colapsada actualidad a la cual llamaré “el héroe sociópata”.

El héroe sociópata aparece en la narrativa universal de múltiples formas, casi siempre presentando cuatro características: una gran inteligencia, un comportamiento errático u obsesivo compulsivo (típico de las personas creativas), problemas para relacionarse socialmente y la capacidad de provocarnos empatía, ya sea por compasión o al sentirnos identificados con nuestros mayores defectos y ansiedades.

Una de sus encarnaciones modernas más populares y carismáticas es el personaje parido por el aburrimiento de Sir Arthur Conan Doyle: Sherlock Holmes, el cual en sus novelas aparece como el objeto de admiración (y a veces desprecio) del narrador encarnado en el médico de guerra retirado (tradicional, militarista y monárquico), John Watson.

El detective se ve atacado diariamente por los demonios de su viva imaginación, constantemente torturado por la sospecha y la desconfianza. Su condición le permite observar la naturaleza humana desde el exterior y realizar conexiones entre motivos y acciones que solo son evidentes a través de la lente rota iridiscente de su percepción alienante. Es su inteligencia superior la que le permite resolver misterios de una manera única, pero a su vez la misma se convierte en una carga que debe aliviar con el consumo constante de estupefacientes.

En este caso, el héroe sociópata encarnado en Sherlock Holmes muestra similitudes con el tropo del genio torturado, pero se diferencia en que su talento es un tipo de servicio público, manifestado en el impulso de ayudar al estúpido e indefenso mortal común, a pesar de ser incapaz de entenderlo o ser entendido por el mismo.

Existen múltiples encarnaciones del detective Sherlock Holmes en los medios actuales, desde el huraño y cínico Dr. House, acompañado por el fiel Doctor Wilson (nótese el poco esfuerzo que se hace de disfrazar la comparativa con Watson), pasando por el retrato norteamericano en el cual Watson es reemplazado por Lucy Liu,  hasta “Sherlock” de Steven Moffat interpretado por Benedict Cumberbatch, acompañado en sus aventuras por un simpático John Watson encarnado por Martin Freeman, probando una vez más que un hobbit es el mejor compañero que cualquier loco con una misión puede tener.

Otra representación parecida es Tyler Durden, el alter ego del hombre común, la bestia que el postmodernismo ha creado y el insomnio y el aburrimiento han despertado. Es un ejemplo perfecto del héroe antisistema engendrado por el descontento existencial que nos causa la vida empaquetada, esterilizada y organizada. Un grito teñido de desenfreno, destrucción y de abandono alzándose como una bandera para todos los que nos sentimos incapaces de tomar las riendas de nuestra vida y nuestros impulsos.

Otro de los sociópatas más famosos de la literatura y el cine contemporáneo es el terrorífico Dr. Hannibal Lecter, un psiquiatra que en su tiempo libre no es más que un “foody” muy particular el cual podría dejar reseñas en Yelp que nos helarían la sangre.

Pero me atrevo a afirmar que el personaje que cumple con las características del héroe desequilibrado en las creaciones de Tom Harris, es el personaje original del libro Dragón rojo: el investigador William Graham, diagnosticado con una patología cercana al asperger y el autismo moderado, la cual lo dota de una empatía casi sobrenatural que le permite adoptar de forma camaleónica los impulsos de los asesinos, convirtiéndole en el alma torturada que posa como némesis ante el monstruoso Lecter. Identificarnos con Graham nos invita a entretener la idea de convertirnos en un depredador, aquel que es capaz de convertir nuestras ordinarias rabietas en actos abominables, pero a su vez encontrarle un uso en el mantenimiento del orden y la seguridad social.

Conforme nos acercamos más al presente encontramos variantes de este tropo, ahora con la forma de adorables inadaptados que nos hacen llorar de risa (o lástima) frente a la pantalla chica.

En Cómo conocí a vuestra madre tenemos a Barney Stinson, un mitómano compulsivo capaz de organizar su vida y sus relaciones meticulosamente por años, todo para cumplir con una vendetta personal que es, en el mejor de los casos, mezquina y absurda.

Aquí es donde podemos apreciar el cambio de la percepción cultural hacia estos personajes, seres que en otras épocas nos inspiraban desprecio, admiración o morboso placer por su conducta destructiva, ahora nos inspiran simpatía y nos pueden parecer hilarantes y entrañables, ya que nos sentimos “cercanos” a los traumas o actitudes extremas que moldean su atrofia social y psicológica.              

Nos partimos de la risa cuando salen a flote los síntomas del asperger descomunal del Dr. Sheldon Cooper, el “bebé” de Chuck Lorre que es incapaz de mantener una conversación normal sin apelar al más puro raciocinio lógico y cuya inteligencia emocional parece haberse estancado en una infancia infeliz y puritana; básicamente, nos reímos de un discapacitado y sus problemas.

Nuestros héroes se transforman, pasan de ser nuestros modelos a seguir y se convierten en espejos de nuestras inseguridades y nuestros problemas. A través sus historias sentimos sus cambios, experimentamos sus fracasos y celebramos sus victorias; y todo esto nos trasmite casi de forma subliminal un extraño mensaje: si una persona con esos problemas puede ser aceptado, amado y sentirse realizado, entonces nosotros también podremos algún día.

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