Hay que cagarla más

No estamos listos para el dramaturgo decía André Lepecki en relación a los conflictos que vive la danza en torno a las narrativas con las que en la última década se vienen construyendo las nuevas prácticas de cuerpo y movimiento. La autonomía de lo procesual, como en todas las disciplinas artísticas en la época post internet, nos dejó desarbolados y crudos en nuestro empeño por atender –en contraposición a estéticas y discursos productivos– a lo mínimo constitutivo y a la imagen que genera el propio pensar la danza. Crudezas y exposiciones de lo más variadas, de lo más dispersas y en muchos casos de una gran significación para la evolución de lo performativo, en este país tan escaso y tan replegado sobre sus propios complejos. El amor está en el aire y la dramaturgia, de nuevo, emerge no ya como un ejercicio impostado de composición sino como una comprensión desde la propia acción que configura una estructura y unas líneas de fuga visibles y reconocibles a la hora de pensar en esa cosa llamada obra (actuación, pieza,…). Porque si bien nos fascina esa idea de que la danza del futuro no produce obras, lo cierto es que las estructuras que por ahora conectan a ciertos públicos-individuos con los y las creadoras de la danza y lo escénico-contemporáneo aún imponen formatos y tiempos más relacionados con lo televisivo, lo deportivo y lo festivo que con estos formatos y tiempos que la nueva danza hace-piensa-desea. Es una putada mostrar en el marco de un festival, por ejemplo. Compartimos esta idea de que todo lo que se gana en visibilidad se pierde en cuidado; de que todo lo que se gana hacia la ciudad y el contexto se pierde en el reposo y la decantación de los trabajos en el cuerpo de quien mira (y de quien hace). De que el conflicto entre las prácticas que se asimilan a la estructura y las que fuerzan y renuevan el discurso se hacen más patentes.

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Perefaura, SweetPrecarity

Todo esto aflora en referencia a lo visto en las últimas semanas en el Festival Sismògraf de Olot (Girona) y en Tenerife alrededor de Día Internacional de la Danza en LEAL.LAV y en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna, por poner algunos ejemplos. Todo esto me plantea, de nuevo, –es un planteamiento recurrente– la pregunta en torno a qué nuevas dramaturgias se generan a partir de estos conflictos, a través de este distinto manejo de los tiempos y de estos focos de acción y pensamiento. Cómo componer –en un ejercicio de dramaturgismo y de comisariado– de manera coherente estos espacios y estos tiempos para que estas maneras distintas de practicar la escena no sólo convivan sino que abran al máximo los repertorios (tirando de Jordi Claramonte), para que la fricción encuentre sus planos de máximo desarrollo a todos los niveles (artístico, relacional, afectivo, político, discursivo…).

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Laila, Sismograf.

Porque lo cierto es que tanto en los contextos de programación como en los procesos artísticos andamos combinando platos viejos con la sensación de abordar una nueva cocina cuando, en realidad, no es así.  Festivales como MAPA (Pontós) nos mostraron un camino de coherencia que sirve aun de modelo. Artistas como Quim Bigas o como los propios Societat Doctor Alonso (y no es casualidad) afinan en un trabajo muy despierto de coherencia discursiva y estética. Si la danza y la escena del futuro trascienden la propia danza y la propia escena para volver (o no) a ellas, los contextos para estas prácticas también habrán de trascender los cuerpos, los corpus, las salas y los tiempos (maratonianos), buscar planos y constelaciones nuevas e incluir cada vez más áreas de conocimiento y práctica transversales. Para re-aprender a mirar, para dejar sólo de mirar, para concertar y para desconcertar, para cagarla más.

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Dr. Alonso

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