Cuerpar
Cuerpar, como infinitivo, no existe en nuestro diccionario. Lo más parecido es un acuerpar usado en centro américa que viene a ser algo así como apoyar en el sentido de estar con el otro en algo, de significarse con el cuerpo en lo que el otro propone. Nos resuena a incorporar o a corporeizar, es decir, a dar cuerpo a una idea o a otra cosa no material. Cuerpar nos convoca a ponernos en el propio cuerpo (como si fuera posible ponerse en el cuerpo del otro o no ponernos en ningún cuerpo en absoluto), a hacernos cargo de accionarnos en nuestro cuerpo, a ocuparnos por entero y hasta las últimas consecuencias en él en todos los planos; desde una responsabilidad enteramente política y trascendente. Un movimiento interior, profundo y celular que pone la atención de quien se hace cargo en las ondas que vibran (suenan) en los espacios de vacío que dejan los tejidos, las fascias, las articulaciones, los fluidos… Hasta la misma piel que nos contiene y que impide el desbordamiento y la disgregación de nuestro ser.
Precisamente ante el peligro siempre acechante de nuestra propia disgregación (peligro del que nos habla Esquirol en La resistencia íntima), ante la gratuidad de nuestras acciones, frente a una forma de estar en escena que se rinde al discurso de lo espectacular, de lo decorativo, de lo barroco, de lo vacuo, de lo actual, de lo imperante, de lo pop, de lo superficial, de lo afectado y, a fin de cuentas, de lo innecesario, Teresa Lorenzo (porque en ella estamos) nos regala un verbo nuevo. Aunque lo acertado sería decir, quizás, que nos rescata un verbo tan antiguo y tan arcaico que, en su revuelta, se convierte en modelo de una práctica que va más allá de la contemporaneidad. Que deviene sin pretenderlo en un trabajo urgentísimo por necesario, comprometido y revelador. No hay nada por encima de ella porque toda ella se pone al servicio de la obra de manera que no vemos a una mujer haciendo o produciendo Danza: no reconocemos ni un solo movimiento visto o realizado antes porque aunque estén (que obviamente están y sus referencias son claras), Tere consigue que sólo veamos un cuerpo que danza. En concreto, su cuerpo en danza. Y es aquí donde se produce el milagro de poder ver en escena al animal, al mamífero que se acerca a beber al río o a descansar con todos los sentidos alerta bajo un árbol. Donde la representación deja paso a la presencia y la naturalidad a la naturaleza. Donde lo más complejo parece sencillo y lo más leve adquiere una magnitud insólita, donde la composición y lo coreográfico (lo previsto, lo pre decidido, lo pre escrito) adquieren la perfección de puesta de sol, de un parto o de pura y llanamente, la muerte (¿qué cosa lo diseña…?). Todo esto dentro de un marco de representación (el teatro, el auditorio, el festival de danza) poco acostumbrado a los planos largos y más embaucado por los golpes de efecto de una plástica o un tipo de relaciones reconocible donde, como de costumbre, el público siempre se aplaude a sí mismo y a su más ancha o más estrecha, según los días, capacidad de abrirse a la incertidumbre que a la certeza.
Unos días mas tarde Carmelo Salazar en su introducción a Pre Made Dance/ Pre Thinking Movements (LEAL.LAV) nos hablaba de la importancia de los referentes en la danza y en las artes vivas. Carmelo es un referente que desde los márgenes de todo es hilo y canal comprometido -con y cuestionador- de sus propios referentes. Teresa lo es igualmente y por las mismas razones. En un país sensible y atento a sus talentos de la danza y de la escena (que evidentemente no es el caso de esta mierda de estado español bajo el que siempre y únicamente tratamos de salvar los muebles del abuelo), Carmelo Salazar y Teresa Lorenzo estarían, simple y llanamente, apoyadas y valoradas, programadas y coproducidas, referenciadas y reconocidas.